Por Carlos Chavarría
Que bueno que en la agenda nacional se ha elevado de rango al problema de la sequía en Nuevo León, gracias al decreto que recién firmó el presidente López Obrador para usar todos los recursos legales para abastecer de agua al consumo humano del Área Metropolitana de Monterrey, aunque sea a costa de otros usos, como el agrícola y el industrial. La severidad de la situación lo amerita.
Mejor aún sería si aprovecháramos lo que está pasando para convertirnos en una nueva comunidad, adaptada a un entorno que tiene límites planetarios materiales y el agua es solo uno de ellos, como también adaptarnos a un sistema natural que opera a través de procesos contra entrópicos y nuestro modo de llevar la vida es un perturbador neto de la estabilidad del mismo.
Podrá llover, llegar un huracán que llene las presas y acuíferos, tomarse agua de ríos y fuentes concesionadas y con todo esto alargaremos un poco más lo que ya est´s muy a la vista para negarlo.
Nuestro modo de vida ya no es sostenible ni justo. No es sostenible porque ya no podemos seguir extrayendo recursos materiales y produciendo desechos que la naturaleza no puede procesar y neutralizar.
No es justo porque por generaciones no hemos pagado la deuda ecológica que creamos con el entorno natural y cancelamos las opciones para todo futuro próspero y floreciente para la humanidad.
La justicia normativa que aplicó nuestro presidente para la sequía de nuestras tierras está muy bien, aunque a la naturaleza le importa un bledo, en tanto no se aplique el principio fiduciario en nombre de la misma, principio basado en algún tipo reconocible y práctico de ética ecológica que impulse una nueva lógica social, que no privilegie el crecimiento y el consumo e ignore a la naturaleza, al considerarla “un algo” que está bajo nuestro servicio y siendo sus amos podemos despreciar todas la externalidades que le causamos al ciclo natural.
Nuestro sistema económico es fundamentalmente dependiente de la integridad funcional de los sistemas de vida y naturaleza, eso significa que tenemos una capacidad limitada para extracción de ellos y la excreción de desechos.
El nefasto sello de nuestra era de modernidad creer que somos algo excepcional apartado del mundo y pensamos que podemos manipularlo y rediseñarlo para que se ajuste a lo que entendemos nosotros como significativo y valioso, porque eso nos han enseñado acerca de nuestra libertad, pero nunca aprendimos que tiene un lado negativo.
Si queremos alcanzar el éxito en la supervivencia planetaria, la naturaleza nos obliga a redefinir el concepto y practica de la libertad individual , formulada dentro de una nueva teoría y praxis de economía política ecológica y sostenida por una nueva filosofía ecológica pública.
Nuestro concepto de libertad, sintetizado por John S. Mill, en el sentido de poder hacer lo que deseemos en tanto no hagamos daño a otros, ya no es practicable pues esos “otros” somos nosotros mismos en el futuro y que al igual que la naturaleza no entran en la ecuación de la conducta presente de cada uno.
El problema del agua no es de acceso a ella, ni siquiera es un problema aislado, está insertado en un sistema complejo que se llama clima, que a su vez forma parte de una red interdependiente donde estamos los humanos y todas las formas de vida, así como la diversa materia que nos contiene. Ese gran organismo llamado planeta tiene sus leyes, que aunque nuestro conocimiento científico ha avanzado mucho, aun no es suficiente para entenderlas a cabalidad y más difícil predecir su comportamiento.
Para poder asegurar la vida y el continuo florecimiento de la humanidad será necesario eliminar los aspectos negativos de nuestra libertad y comprender que por el derrotero que vamos no tenemos futuro.
No lo olvidemos, el planeta si puede seguir sin nosotros, como ha sido por millones de años. Nosotros no.