Por Francisco Villlarreal
Decíamos ayer… que el interés político del INE y sus adláteres judiciales por intervenir el periodismo montaraz de internet, censurando santa y oficiosamente, se decolora frente a lo que es un Armagedón de la Comunicación. Recapitulando, decíamos que los medios de comunicación no son el pluscuamperfecto de la Libertad de Expresión, que para efectos también les permite la parcialidad y la autocensura forzada, inducida, interesada o pagada. En este régimen puede haber muchas fallas, y hasta réplicas cuestionables, pero no se coarta la libertad de expresión. El auge actual de esa libertad no ha escatimado nada, ni el recurso más sucio ni la mentira más obvia. La campaña empresarial contra la 4T, engrosada con mercenarios (partidos, medios, intelectuales, columnistas, funcionarios), se articuló a través de una gran cantidad de medios de comunicación. Partieron de un pre-supuesto falso: los medios representan la libertad de expresión. Sí, pero no.
En México entramos a la era de la radio y la televisión al revés. En Europa, por ejemplo, en general empezaron como medios públicos, y a poco se fueron afinando regulaciones para hacerlos autosuficientes, políticamente distantes y socialmente útiles; la opción comercial se conformó a partir de este antecedente. En México empezaron como empresas privadas, con poca o ninguna regulación, estratégicamente aliadas al régimen en turno, e imponiendo sus criterios sobre comercialización, entretenimiento e información. La radio y TV públicas en México sí existen, sí están reguladas, pero están esclavizadas a un presupuesto que no les permite ser ni autónomas ni autosuficientes. Podrán eventualmente evadir ser panegiristas oficiales, pero están impedidos institucionalmente para ser críticos. ¿Hay libre expresión en los medios públicos y comerciales? Sí la hay, hoy más que nunca. Entonces, ¿por qué han generado un caos confundiendo, mintiendo, omitiendo, y además polarizando a la sociedad?
Durante mucho tiempo hemos considerado a la libertad de expresión como un fin en sí mismo. En realidad es una condición de la existencia, como individuos y como sociedad. Implica a la Comunicación, pero está al margen de la ética y no tiene nada que ver con los contenidos. Puedo libremente informar a mis vecinos que no hay garrafones con agua en el super, para así asegurarme de conseguir los últimos que sí hay. O decirles que en la tienda de don X, que no me fía, todo está muy caro, y así apoyar a la tienda de mi compadre Y, que sí me fía. El beneficio siempre apacigua a la voz de la consciencia. Así pasa en los medios, donde la verdad adquiere matices dependiendo de la empresa, de los afectados, de los beneficiados, de las ventas… La libertad de expresión es impecable, pero lo que transmite nunca lo es. Hasta la afonía de don Andrés en una “mañanera” matiza el dato.
Entonces el INE “et al” intervienen en la Red, una selva que no es virgen, sí es promiscua y, además, muy salvaje. Las travesuras de Lorenzo van a opacarse un poco por la rebambaramba que se nos viene con el informe presidencial, glosado ya de’n de en antes por tirios, troyanos y comparsas. ¿A quién le importa que el escenario legítimo para la glosa sea el Congreso de la Unión? ¡A meterle otros datos a los otros datos de una vez! Supongo que ahora sí los pupilos del señor X participarán en el debate, y hasta con performances, ¡cómo no! De ladito, algún medio seguirá el hilo de la todavía esotérica decisión de la Suprema Corte de revocar las reformas a la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión implantadas en octubre del 2017. Nadie sabe, nadie supo, qué pasa con los derechos de la audiencia, evidentemente no respetados con ley y sin ley, con reformas y sin ellas. Eso sí, hasta la Sociedad Interamericana de Prensa se esponja y exige a México respetar la “libertad de expresión”. ¡Ah que muchachos tan requisitosos!
Sabrá Dios que malacate jalonean los supremos ministros, pero lo que menos padecemos es falta de libertad de expresión. Padecemos sus excesos. Por encima de la libertad de expresión de un medio y de un individuo, está el derecho a la información, especialmente de las audiencias de los medios, de todos los medios. Comentaba hace días, parodiando a don Soren Kierkeggard, que una revolución se realiza cuando la libertad de pensamiento se difunde libremente. Los medios convencionales ya no son el vehículo adecuado; en cambio Internet, salvaje y caótico, tiene más posibilidades. Ahí se libra la madre de las batallas, pero no por la libre expresión sino por el derecho a la información. No es un tema político, es un tema social. La distinción entre noticia y opinión, por ejemplo, tiene que adivinarse. Y en el frenesí de las grandes facciones que dominan el espectro mediático, ya no se toman el trabajo siquiera de maquillar la parcialidad de notas y comentaristas. La compra de espacios y opiniones es evidente. No es extraño que muchos opten por información alternativa en la Red, también parcial, pero que por contraste nos da más elementos para emitir juicios, para ejercer, precariamente todavía, nuestra libertad de pensamiento.
No nos engañemos. Tampoco nos auto inmolemos en los sagrados altares de la Libertad de Expresión. Ahí está, más fuerte que nunca, más hocicona que de costumbre. Es en la información en lo que nos falla el sistema, y es lo que ha permitido que los medios de comunicación comerciales sean instrumentos facciosos del poder. La crisis está en el uso, manipulación y sesgos de la información, y en el atentado contra el derecho de las audiencias de recibir información verdadera, oportuna y útil. Es la mentira, emitida como verdad absoluta, lo que nos tiene sumidos en esta incertidumbre social. Hoy una mentada de madre se puede expresar libremente contra cualquiera, incluso contra un gobernador. Hasta los brillantes análisis antropológicos de Laura Zapata tienen difusión… (¡Qué desperdicio de apellido!). No, no es por ahí, ni esa es la verdadera batalla.
El malletazo del Ministro Presidente no es concluyente, ni la revisión legislativa de la Ley de Medios. La libertad de expresión puede intentar reprimirse con balas, con pesos, con leyes o con amenazas, pero siempre encuentra la manera de ejercerse. Es la información en donde está el verdadero debate, así tengamos que hacerlo en la selva virgen, promiscua y salvaje de la Red. Donde sea, en tanto no nos obliguen a hacerlo evadiendo a la ley, porque eso sería convocar a la insurgencia. Un riesgo para unos, para otros, y para todos nosotros.