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Por José Jaime Ruiz

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Al inicio de su canónico libro Masa y poder, Elias Canetti diferencia entre masa abierta (natural) y masa cerrada. Sobre la última reflexiona: “Ésta renuncia al crecimiento y pone su mira principal en la perduración. Lo que primero llama en ella la atención es el límite. La masa cerrada se establece, se crea su lugar limitándose, el espacio que llenará le es señalado. Es comparable a un cántaro en el que se vierte líquido: se sabe siempre cuánto líquido puede aceptar. Se hallan vigilados los accesos a su propio espacio; a ella no puede ingresarse de cualquier manera” (Alianza / Muchnik, 2009, p. 10).

La batalla política de la derecha, por defender al actual Instituto Nacional Electoral, de antemano ya se perdió. Históricamente, el conservadurismo ha sido estéril en cualquier movilización. Por convicción propia, el Zócalo les está proscrito. Simbólicamente quienes no lo llenan –no lo colman, no desbordan la Plaza de la Constitución– carecen de representatividad, ergo, de credibilidad. El temor por el Zócalo puede volverse patológico y mejor evitar la impotencia que mostrar, no músculo en la movilización, al contrario, flacidez.

La derecha no trasciende su miedo al Zócalo. Una plaza que nunca le da temor a las marchas LGTBIQ+ o a las feministas. Casi naturalmente, la plaza ha sido apropiada por los movimientos sociales que reivindican los derechos humanos o por la política espectacular (las celebraciones de Independencia) o por el espectáculo político (Silvio Rodríguez, Los Tigres del Norte, Firme, Joan Manuel Serrat).

El problema de la movilización del domingo es que, más que un objetivo, una meta, tiene sólo una consigna que se disuelve en su propia propuesta ilógica: El INE no se toca. Doble moral en esta escena de pudor y liviandad porque, manoseado, violado y violentado hasta la desfachatez, hoy púdicamente lo revisten de pureza metafísica.

EL INE del aquí y el ahora es un instituto decadente. Los privilegios, las prerrogativas, el dispendio, la lejanía con los ciudadanos, el clasismo, racismo, supremacismo de sus dirigentes lo convierten en un instituto al que hay que reinventar. El INE organiza las elecciones, pero quienes las ejecutan son los ciudadanos; sin ciudadanos en las casillas no hay elecciones, la responsabilidad mayor es de la ciudadanía, no de los burócratas electorales. Ni Lorenzo Córdova ni Ciro Murayama le dieron el triunfo a Andrés Manuel López Obrador, se lo concedieron los ciudadanos porque no hubo margen para el fraude, como sucedió en 2006.

La calle no es para la derecha. La mejor movilización de la derecha son las redes sociales (incluyendo bots), es ahí donde habilitan su zona de confort. Protestar contra la reforma electoral es denigrar la democracia y pretender, de nuevo, la oligarquía. En un artículo esclarecedor publicado en español por el periódico El País, Byung-Chul Han recordaba a Franz Kafka: “El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo”. Los ciudadanos que asistirán a la marcha del domingo pudieran entender esto o, para hacerlo más fácil a su raciocinio, cito ahora del refranero estos hemistiquios octosílabos: “El que nació para buey, del cielo le caen las astas” o, más simplificado: “El que por gusto es buey, hasta la coyunda lame”. Ávido de ascenso social, el aspiracionismo vulnera al aspiracionista porque su proceso es involutivo ya que su objetivo, regularmente, es inalcanzable.

La próxima marcha de la derecha es perder-perder: si salen del Ángel de la Independencia y se quedan en el Hemiciclo a Juárez o en el Monumento a la Revolución, pierden; si avanzan del Hemiciclo al Zócalo, la derrota es doble por patentar la ridiculez desde la cantidad irrisoria de manifestantes. El presidente Andrés Manuel López Obrador tendió la trampa al abrir la plaza. Sería muy ingenuo que Claudio X González cayera en ella.

Termino este escrito parafraseando el primer enunciado de Masa y poder: “Nada teme más el INE que ser tocado por lo desconocido”, es decir, por la democracia.

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// José Jaime Ruiz

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Autor: stafflostubos
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