Por Félix Cortés Camarillo
Después del día de Reyes nadie se acordará.
En virtud de la naturaleza humana, y ahora de estas costumbres festivas del inicio de invierno, habrá de pasar dos precisas semanas para que la mexicana memoria colectiva y la de su grillo de conciencia que son los medios de comunicación, se olviden de que alguien quiso matar a Ciro Gómez Leyva a balazos.
¿Quién recuerda el asesinato a balazos de Manuel Buendía, cuyo ejecutor también llegó a esa esquina de Insurgentes en una motocicleta? ¿Les dice algo el nombre de Luis Donaldo Colosio o el de John Fitzgerald Kennedy? ¿Tenemos una puta idea de quién los mandó matar?
La memoria se rompe al menor impacto. Y ese impacto mayor es la difusión masiva de la información. El bendito acceso de los ciudadanos a un teléfono capaz de registrar reales imágenes y sonidos de un acto grave y además retransmitirlos a la ciudad y el mudo como dicen los que hablan latin.
El otro día, recordando a mis padres les, dije a mis hermanos, sobrinos y nietos -o tal vez no les dije y sólo tenía la intención de hacerlo- que solamente mueren aquellos que no conservamos en la memoria. Si eso es válido, y lo es, para nuestros seres queridos, es doblemente válido para las entidades socialmente valiosas.
Que no se nos olvide. No permitamos que la institución de gobierno cubra con arena o heces de gato la realidad. El atentado a Ciro es un mensaje para todos los que no integramos el coro de Andrés Manuel.
Yo no estoy de acuerdo con la cuarta simulación ni con el proyecto de Andrés Manuel.
Yo no tengo ya auto blindado.
No quiero pasar la angustia que pasó Ciro la otra noche.
Mucho menos me quiero morir.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Carlo Collodi hizo hermosa fábula infantil en la que un muñeco de madera, para convertirse en ser humano tiene que ser leal y dócil; Guillermo Del Toro realizó una gran película de Pinocchio como una exaltación de la desobediencia como motor de la humanidad, lo cual es valiosa aportación.
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