Noticias en Monterrey

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Los diputados y el borrador azul

Por Francisco Villarreal

Si mal no recuerdo, la lista de los útiles escolares de mi época de primaria, incluía una libreta de taquigrafía, una de “doble raya”, una de reglón normal, una de cuadrícula, una de papel “manila” y otra de dibujo. Además lápices de mina de grafito, lápices de colores y bolígrafo. Por supuesto, sacapuntas, y borradores extra además de los que incluían los lápices. Todos preferíamos cargar con una navaja de rasurar para sacar punta a los lápices, aquellas de doble filo que venían en cajitas rojas. Mi abuelo tenía muchos rastrillos, no sé por qué. Pero me sirvieron cuando necesariamente me rasuré por primera vez, cuando cursaba secundaria. Un hirsutismo precoz en el bozo que, a pesar de que no soy rubio ni fumaba, insistía en surgir y surgir y surgir con un chocante color amarillo. Los mangos de los rastrillos también servían para improvisar un pequeño mortero donde, con ayuda de un clavo, tronaba cabezas de cerillos.

Las navajas para sacar punta al lápiz tal vez eran reminiscencias de las verdaderas “cortaplumas”, que hacían el tajo en la pluma de ave para mojarla en tinta. Sí usé tajos, ya entonces muy “retro”, pero de metal, hasta que se hizo difícil conseguir tinta común y demasiado cara la tinta china. Aquellas navajas serían prohibidas hoy en una escuela. Pero en aquel tiempo no representaban riesgo. Rara vez alguien se cortaba por accidente. Nada grave. El borrador bicolor sí que causaba accidentes muy graves. No sé a quién se le ocurrió que el lado azul borraba la tinta. El resultado eran tareas arruinadas y libretas destrozadas. Nunca entendí por qué, luego de comprobar dolorosamente que no borraba tinta, seguimos insistiendo en usarlo. No fui el único insensato que presentó tareas en páginas de libreta hechas girones. El resultado era un 10 en el ejercicio, y un 5 en presentación.

La única solución posible para evitar el uso inadecuado de aquellos borradores azules hubiera sido que se nos explicara su función. Yo me enteré muchos años después, en mis clases de Dibujo Industrial. Hasta entonces, la miga abrasiva del borrador azul me obligó a ser más cuidadoso. Al finalizar la primaria rara vez necesitaba usar un borrador, ni el lado azul ni el rosa. En secundaria nada más usaba lápiz para dibujos. Hoy, sólo para bricolaje. El truco es simple: estar seguro de lo que se quiere escribir en un papel y de cómo hacerlo. La enmienda, en todo, podrá corregir un error, pero el resultado será correcto pero es desagradable y sospechoso. No luce. Nos pone en evidencia como inexpertos e inseguros. Así sea en una tarjeta de felicitación que en un memorando y hasta en una constitución.

Es de esperarse que una constitución necesite múltiples enmiendas, pero no borrones. En el desarrollo de una sociedad, las leyes deben corresponder a esa evolución. Hasta el “No matarás” bíblico tiene sus facetas en la práctica. En Estados Unidos, por ejemplo, se jura sobre la Biblia, pero se ejecuta a criminales y se arman guerras con la bendición oficial. En México sólo hacemos reformas y reglamentos, y eventualmente “planes B”. Hace un siglo que no convocamos a un congreso constituyente, ni federal ni estatales. Nuestras enmiendas y reglamentos todavía huelen a naftalina porfiriana. Las reformas suelen redactarse sobre las rodillas y cabildearse en las tenebrosas covachas de las fracciones y facciones. El resultado es discreto en la mayoría de los casos, “taimado” diría mi agüelo. Pero a veces es apoteósico, como la “nueva” constitución que rige a los nuevo-nuevoleoneses… o nos regía. Incluso el gobernador García ha presumido esa “nueva” constitución estatal en su gira europea. En su momento, una prueba contundente de la armonía entre los poderes estatales. Hasta que…

Hoy los diputados locales están en proceso de hacer una nueva nueva constitución. Lo que hace muy poco tiempo era perfecto, de repente ya no lo es. Con frenesí navideño meten el agresivo borrador azul a una carta legal que recién aprobaron. Claro, sin olvidar los recursos jurídicos y mediáticos que despliegan contra el joven Samuel. Tal vez haya algunos puntos en los que tengan razón, todo sea por acotar los frecuentes caprichos y dislates del inexperto ejecutivo. Pero no es social ni políticamente sano desplazar la potencia de un poder ejecutivo para reforzar la del legislativo. Los censores por excelencia se vuelven dictadores, como en Perú, que, además, como funcionan colegiadamente, sólo llevan a sus filas un montón de motivos de discordias. No tardarán en pelearse por imponer decisiones partidistas en organismos autónomos y en las políticas públicas que incumben al poder ejecutivo. Porque, no olvidemos, el poder legislativo estatal es mayormente la vocería oficial de partidos y grupos de poder, no de los ciudadanos.

La pugna entre los poderes estatales ya es ingobernabilidad por sí misma; para acabarla de amolar, el congreso se autoerige como sucedáneo del gobierno estatal, lo que desestabiliza más el endeble equilibrio entre los poderes. No confío ni en la capacidad ni en la cordura del joven gobernador. Pero puede darme la grata sorpresa; todavía puede hacerlo si de verdad desiste de lanzarse a la aventura por la presidencia y además se baja del pedestal. Tampoco confío en la buena fe del congreso estatal, pero en este caso no espero sorpresas agradables. Su distancia a las causas populares nunca ha sido ni sorprendente ni agradable desde hace muchas legislaturas, incluyendo la misión constitucional del 17. Ahora, enmendar la “nueva” constitución sólo demuestra que nuestros diputados ni siquiera leyeron la iniciativa; la aprobaron por acuerdos entre partidos. Eso no es corrupción, pero sí es de la misma familia.

Las quijadas de nuestros diputados, se sabe, son como las de los cocodrilos. Sus líderes, legítimos o subrepticios, los mantienen con la boca cerrada muy fácilmente, hasta con un guiño, pero una vez liberada, la tarascada es devastadora. Peor que la de un cocodrilo porque, además de fuerte, muerden en manada (por fracción, comisión, alianza, etc.), e infectan todo con facilidad como sus ponzoñosos primos (de los cocodrilos) los dragones de Komodo. Por lo pronto ya le están metiendo el borrador azul a las leyes haciendo confeti de la carta magna. La prisa promete una letanía de contradicciones legales y, al final, un trabajo de parvulario que destacará más por el desaseo que por la corrección. Enmiendas envueltas para regalo y con dedicatoria. Y será mejor que no intenten que los ciudadanos tomemos partido ni por el congreso ni por el gobernador. Nunca nos han considerado cuando reclamamos contra leyes injustas y malas políticas públicas; no pidan ahora que les echemos porras. Estábamos solos, y lo seguimos estando. Para nosotros, juzgar la ley es muy simple: si nos facilita la vida es una buena ley, si no, pues no lo es. No respetamos un capricho, respondemos a una necesidad. Y esta caprichosa reyerta, me temo, no es necesaria, ni social, y no nos interesa. ¡Feliz Navidad, sinvergüenzas!

Fuente:

Vía / Autor:

// Francisco Villarreal

Etiquetas:

Compartir:

Autor: lostubos
Ver Más