Por Eloy Garza.
Elena Poniatowska eleva los ojos al cielo para hablar con su madre muerta. Como si la creadora de sus días aún viviera. Como si al morir, la progenitora de uno pudiera todavía escuchar nuestras confesiones de que aquí abajo, todos estamos bien. Eso es de dementes, de locos de remate, de gente con un tornillo flojo en la mollera. Mereció Poniatowska, de casi noventa años de edad, que la lincharan en las redes sociales. ¡Tenga para que se entretenga! Habría que ir tras la anciana para crucificarla en mitad del Zócalo de la Ciudad de México. Clavarle las manos y los pies y ponerle en la cabeza un letrero que diga: “eres nefasta, abominable, oprobiosa”.
La viejita esa ni nació en México. Pocos saben que es francesa. Pero se las da de mexicana. Transcribió unos testimonios en grabadora, confesiones orales que tituló La noche de Tlatelolco, sobre aquella matanza del 2 de Octubre del 68, a quien ya nadie le importa, porque no había Twitter que lo consignara. Perdió su tiempo escribiendo esos artefactos de palabras que se llaman novelas. Hojas y hojas escritas sobre una fotógrafa comunista, una tal Tina Modotti que se desnudaba en las azoteas, delante de los chamacos.
La Poniatowska estuvo como posesa investigando el movimiento sindical ferrocarrilero de los años 50. Al final, imaginó otra novela más. ¿Para qué narrar la vida desenfrenada de los papás ideológicos de tanto chairo? ¿En qué cabeza cabe? Luego se dio a la tarea estéril de entrevistar creadores como Juan Soriano, Rufino Tamayo, Rosario Castellanos, Elena Garro, pura gente sin quehacer, mantenidos de la sociedad que sí trabaja en vez de estar pintando telas, o soñando poemas o montando obras de teatro.
Ya entrada en años, le dedicó otro libro choncho a una loca de remate igual que ella, una tal Leonora Carrington, pintora de garabatos infantiles y monstruos más feos que López Obrador. Qué desperdicio de vida, qué desastre como proyecto existencial. No conforme con eso, montó una fundación con su propio nombre, para dizque juntar sus obras manuscritas, sus originales y primeras ediciones, su biblioteca y su acervo gráfico. Quiere engañarnos con que la cultura sirve para algo. Quiere hacernos creer que esos cinco millones de pesos que le pudo dar el gobierno federal (y que no se los dio, pero eso no importa porque en la intención está el diablo), no se hubieran tirado a la basura.
Lástima que haya existido en México esa tal por cual de Elena Poniatowska, cuando ese oxígeno que ha respirado por más de ochenta años, pudo dar vida a cientos de clones de Javier Lozano o Denise Dresser o Ricardo Alemán, dedicados en cuerpo y alma, día y noche, personalmente o por medio de asistentes, a tupir en Twitter al mesías tropical. Esas sí son vidas provechosas, existencias ejemplares, modelos de superación personal. Pobre México, que toma en serio a personas como Elena Poniatowska y toma a broma los análisis profundos de Chumel Torres. De plano, el mundo está al revés.
@eloygarza