Por Félix Cortés Camarillo.
¿A quién le importa lo que yo haga,
a quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré…
Carlos Berlanga y Nacho Canat, ¿A quién le importa?
No me preocupa mayormente que el número oficialmente estimado por la autoridad de la CDMX de los participantes en el desfile llamado originalmente del orgullo gay, y que terminó convirtiéndose en una manifestación de la diversidad de un trabalenguas casi interminable que las opciones de la sexualidad nos brindan, sean mañosos y evidentemente falsos.
Los que vimos en la transmisión televisada de este jolgorio ordenado y feliz sabemos que el número de 170 mil personas es un viejo recurso priista de minimizar las cuentas de los opositores y magnificar los propios: ya estamos acostumbrados y vamos a tener cada vez más muestras de esta manipulación.
Yo tengo otros datos.
Lo que yo pude ver fue una franca manifestación de tolerancia que ha tardado, sí, cuarenta y un emblemáticos años de persistencia por parte de quienes en número creciente no solamente no se avergüenzan de ser diferentes, sino que están orgullosos de ello, y de ejercer su diversidad sin afectar derechos de terceros, si no es que la pudibundez y la moralina son considerados un derecho de las buenas conciencias.
Ayer domingo estaba convocada en una veintena de ciudades de nuestro país una serie de manifestaciones bajo la sombrilla de “la marcha del silencio” pidiendo la renuncia del presidente López y denunciando algunos de los más notorios desmanes que en estos seis meses de su empoderamiento han tenido asiento, lugar y tabla. Los datos son escasos y dramáticos: veinte personas aquí, cincuenta por allá, doscientas en Mérida, si acaso un par de miles en la capital del país.
El cartón editorial de Paco Calderón resumía ayer la impotencia en la que se encuentran los que no están ni tantito satisfechos con la administración actual y que, no conformes con ser una minoría, constituyen una minoría silenciosa y abúlica, que si acaso se manifiestan en las “benditas” redes sociales. Que ni de tanta bendición gozan.
Esta tarde de lunes el Zócalo de la capital estará repleto de mexicanos en una kermesse convocada por el presidente para presentar un “informe” de gobierno totalmente prescindible, una lista de supuestos triunfos difíciles de documentar pero que explica el fracaso de la marcha del silencio.
El año pasado, con su indudable triunfo en las urnas, López Obrador culminó una campaña de veinte años denunciando irregularidades, acusando a los corruptos, pidiendo la salida de los ineptos y catalizando el descontento, la frustración y el hastío de los mexicanos. Construyó una sólida oposición a lo viejo y mal hecho, alrededor del magnetismo populista de su persona. Y triunfó.
Los mexicanos descontentos, frustrados y hastiados de hoy no tienen un líder. Ni siquiera aparente. No existe, ni está por asomar, un político que siendo ciertamente honesto pueda canalizar un descontento informe que sin duda alguna existe.
Lo peor de todo es que solamente una debacle económica colosal, que nadie desea, puede poner coto –voluntariamente y desde dentro del gobierno actual– a los dislates y equivocaciones arbitrarias que tanto molestan.