Por Carlos Chavarría Garza
La peor de las herencias que recibimos del mundo precolombino es el culto al Tlatoani, el culto a la personalidad. El de más arriba siempre cae en la tentación de disfrutar y hasta exigir la “espontanea admiración de los de abajo”.
Nuestra sociedad siempre cae en el mismo error, respetar al de arriba per se, no importa el ámbito, el tipo de actividad, ni siquiera importan los merecimientos, los resultados al de arriba hay que irle hasta que pierda.
Más se percibe el servilismo o la represión, según se quiera, cuando se trata de un funcionario político, sobre todo si su origen es una elección. No escapa ninguno, apenas resultan electos y, por el resto de su gestión, si no es que toda su vida, el confeti y las serpentinas estarán enredados en sus cerebros.
¿En un proceso electoral se triunfa?. En una elección se resulta electo o no, el triunfo es de la democracia, del mecanismo, y el éxito ocurrirá cuando se cumpla a cabalidad en el cargo y la sociedad lo sabrá reconocer.
Una de las cosas en las que se había diferenciado el presidente López Obrador de sus predecesores es en la ruptura del anquilosado y chocante protocolo de pleitesía, y ejemplo de arrogancia, que rodea a la figura presidencial.
Buena cantidad de votos le produjo su aparente sencillez en el discurso y trato, solo aparente, porque ya cayó en los mismos vicios de grandiosidad que tanto han gustado a casi todos los presidentes que hemos tenido.
Otra vez tomó la plaza, como lo hizo cuando se autonombró “presidente legítimo”. López Obrador disfruta con la aclamación popular y ya ha demostrado que si por él fuera gobernaría a “mano alzada”, como si viviéramos en una ranchería que tiene 100 habitantes y el mitológico “prefeuto Cruz Treviño Martínez de la Garza” nos gobernara.
Sus tarjetas de bienestar ya le dan una masa de obligados a su asistencia para sus magnos eventos de fiesta por lo que llama su triunfo en las elecciones del 2018 y así espera continuar su campaña hasta el 2021 cuando espera ahora sí tener el control absoluto del país y su destino.
En pleno siglo XXI, cuando ya deberíamos haber superado nuestras taras y complejos totémicos, López Obrador vuelve a la revitalizar el más acendrado populismo priista de la postguerra comprando con nuestro dinero la voluntad de los pobres que por obvias razones le festinarán como el salvador de la patria.
La persona, Andrés Manuel López Obrador, sí puede festejar la toma del poder tras 18 años en campaña, pero solo eso porque todo lo que en su momento fustigó como tenaz candidato opositor, ahora que detenta el poder, se ha convertido en su sello personal.
Los ejes temáticos que lo convirtieron en presidente fueron: la lucha contra la corrupción, un gobierno austero, acabar con la inseguridad, y un gobierno que siempre actúa dentro de la ley.
Habla de luchar contra la corrupción y todos los días da nuevos ejemplos, pero su administración se ha caracterizado por entregar contratos diversos sin licitación, por asignación directa y manipular la información cuando los problemas arrecian.
No ha bajado el gasto público, ha hecho un reacomodo para alimentar a su estructura política de 17,000 personas que operan sus programas de bienestar, que no es sino la compra de voluntades electorales para el 2021.
Aunque hablo de regresar al ejercito a sus cuarteles y de “abrazos y no balazos”, no le quedó otra más que reconocer que la única institución para enfrentar al crimen organizado es el Ejército, implantando la tan denostada Ley de Seguridad Interior a través de la creación de la Guardia Nacional .
Si algo ha sido un estandarte de su administración es saltarse las leyes cuando no le resultan convenientes para su estilo de trabajo y ha tomado decisiones criticas basándose en sus manidas consultas a mano alzada, cosa totalmente irregular.
Durante el siglo XX no pudimos salir del tercermundismo gracias a las terribles políticas económicas anquilosadas de Luis Echeverría y López Portillo. Ni con todas las materias primas de que disponíamos fuimos capaces de salir del subdesarrollo y permanecimos atascados en la búsqueda del respeto al voto, que no llevó al país a algún estadio superior de desarrollo sino a una suerte de ciclo interminable de encumbramientos y canibalización política que todavía no termina.
Ayer fuimos testigos del regreso de la búsqueda de la revitalización del poder a través de la plaza, la arenga y la aclamación popular como si eso sirviera para dar el salto que necesita México frente un entorno mundial que cada vez se dirige más hacia la dominancia por medio del conocimiento y las tecnologías de la información, mientras nosotros reverenciamos al caudillismo primitivista más decantado.