A San Pedro Garza García, Nuevo León, le decían el municipio “blindado”. Cientos de cámaras de video, sólo un par de salidas viales a los municipios aledaños, que imposibilitaban la fuga de delincuentes, policías pertrechados con tecnología de última generación. Una fortaleza high class.
Ahora, en lo últimos días, el prestigio de este municipio modelo cae por los suelo: asesinatos a mansalva, secuestros, asaltos violentos, ataques a ciudadanos frente a sus propios hijos pequeños. Con intervalo de unos minutos, se suscitan hechos delictivos en varias avenidas y restaurantes. Sobre Avenida Vasconcelos y sobre Calzada Del Valle, ninguna patrulla en el trayecto. Ni una sola. Lo digo con todas sus letras: el gobierno abandonó la ciudad. Estamos a punto de ya no ser ciudadanos sino sobrevivientes de la barbarie.
La autoridad pública culpa a los sudamericanos. En realidad, los delincuentes no tienen nacionalidad. Los asesinos no tienen patria, más que el terror. Pero con esto, el gobierno acentúa el racismo social (que es una sinrazón colectiva), el odio al extraño, el desprecio al centroamericano.
Rueda de prensa de la autoridad competente: “son una cadena de hechos delictivos que no necesariamente están desligados; es más, muy por el contrario, están ligados unos a otros. Es obvio, ¿verdad?”. El laberinto verbal como explicación de lo que no puede decirse, de quién no sabe qué hacer en el frente de batalla.
Opinión de un prestigiado intelectual de la localidad: ”delitos a manos de grupos delincuenciales animados por el deseo único de la contemplación del dolor”. Un circunloquio pedante para llamarle criminales a los criminales. Simple y llanamente.
La delincuencia es así: comete uno, dos, tres asesinatos, varios asaltos a mano armada, robos con violencia. ¿Y no pasa nada? ¿No detienen a nadie? ¿No hay culpables? El delincuente se siente con plena libertad, en total impunidad, para seguir delinquiendo. Es la espiral de la violencia sin límites. Esperemos, finalmente, cómo queda el marco legal de la Guardia Nacional. Acaso sea nuestra última esperanza. Mientras, en San Pedro, sálvese quien pueda.