Por Félix Cortés Camarillo.
No es preciso poseer una agudeza mental de excepción para advertir, al cabo de un breve pero atento seguimiento de los sermones matutinos del presidente López, su método tautológico de convicción.
Parecería simple equiparar esa vocación por la repetición obsesiva a la indomable terquedad de los predicadores evangélicos que van en grupos pequeños de puerta en puerta difundiendo la palabra bíblica, pero si uno repara en la confesada obcecación de López Obrador ya no parece tan forzado. El presidente admite que él, con todo explícito respeto, escucha todos los criterios que son diferentes del suyo pero que no se mueve una micra de la posición que ha adoptado. Esa actitud irreductible es la que ha estado agazapada evidentemente detrás de las fracturas de su equipo más cercano de trabajo. Y detrás, lamentablemente, de las que vendrán, sin duda.
Para amparar esa tozudez, sintetizada en el slogan de publicista “yo tengo otros datos”, y hacerla digerible, se requiere precisamente del instrumento número uno de la publicidad comercial: la repetición del mensaje o los mensajes idénticos, simples. No somos iguales. Nos dejaron un cochinero. Acuérdense como. Nuestros adversarios de la prensa. El neoliberalismo tiene la culpa de todo. Me canso, ganso.
Además de la repetición, hay una obsesiva búsqueda del culpable. De esta forma López Obrador no ha podido distanciarse del candidato de oposición para ser el titular del Ejecutivo. Incapaz de salir de la crisálida del discurso divisivo y partidista, se impone a sí mismo el gran impedimento para ser el presidente de todos los mexicanos.
Eso lleva el discurso del presidente por senderos que no tienen nada que ver con una propuesta de país y se asoma, eso sí, por el camino de la venganza. O lo que es peor, de la exigencia de que nos pidan perdón.
Según el presidente López, nos debe pedir perdón el Fondo Monetario Internacional porque pronostica un crecimiento pálido del producto interno bruto para este año a menos de un punto porcentual, el 0.9.
Nada del cuatro por ciento anunciado hace menos de un año, ni mención del tres por ciento o del dos en que nos habíamos quedado. Menos del uno. Más lo que disminuya esta semana. El argumento presidencial es válido: no es lo mismo Crecimiento, que se mide en punto porcentuales del PIB, que Desarrollo, que tiene otros parámetros, aunque a él no le guste la palabreja. Pero López Obrador hasta ahora estuvo hablando de índices de crecimiento, no de desarrollo.
Pero nos deben pedir perdón; al menos al presidente le tienen que pedir perdón. Todos: los periódicos Reforma, que evidentemente son sus favoritos o los primeros que lee o le leen. Que le pidan perdón las calificadoras por no haber denunciado los trastupijes de los gobiernos anteriores, complicidad difícil de probar. Que pida perdón el Rey de España por la conquista de la que muchos mexicanos nos enorgullecemos.
El mismo Papa, vaya, que pida perdón, porque hace cinco siglos nos impusieron una religión que no acabamos de asimilar ni incluirnos en ella.
Es todo lo que pide, es todo lo que ama, mi pobre corazón.