Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
A la memoria de Rutger Hauer
El Dios masculino se manifestó a través de Isaías: “En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y cardos en sus fortalezas, serán morada de chacales y dominio de avestruces. Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará a otro; también allí reposará Lilith y en él encontrará descanso”. Primer condicionamiento: si Eva es la madre carnal de la humanidad, Lilith es la madre espiritual de los seres de la noche.
La carnalidad contra la espiritualidad. Eva como madre de la carne reinventada por la Moral. Lilith, madre espiritual que inventa y se desinventa desde la imaginación y el sueño. Eva es diurna. Lilith nocturna. Como Adán, Lilith también nació de la arcilla. Eva, en cambio, no nace de la tierra, nace del costado del hombre, de la costilla.
La imposición inicial de Lilith tiene que ver con la sexualidad y el erotismo, no con la reproducción, no con la maternidad. Lilith, antes que madre, es mujer. La primera esposa de Adán, su igual, su semejante, su hermana, impone pues la condición de la pasión, sí, pero también del deseo sexual cumplido y de la pasión erótica como carnalidad, es decir, Lilith le reclama a Adán por qué ella no puede montarlo a él, en principio, y después, se trepa sobre Adán no para un acto amoroso –en esa época el amor no existe– sino para un acto erótico.
Cuando Lilith monta a Adán se ejercen tres principios de liberación sexual: primero, el del ejercicio del cuerpo propio como libertad de la mujer; segundo, la igualdad entre los sexos; tercero, y el más importante, el derecho a la imaginación erótica a partir del goce compartido. Hechos de arcilla, Adán y Lilith son finalmente iguales.
La imaginación erótica, como lo ha descrito George Steiner, tiene que ver con el cuerpo del amante, pero también con la libertad de pensamiento y de goce. Apunta Steiner en su libro Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento: “Como Goethe gustaba de señalar, innumerables hombres y mujeres han estrechado en los brazos del pensamiento a amantes, recordados, anhelados o fantaseados, que no eran aquellos con quienes estaban haciendo el amor”.
El mundo de Lilith y Adán, por incluirlos, los excluye. ¿En quién puede pensar o fantasear Lilith si sólo tiene como ser cercano y humano a Adán? Aquí nace la imaginación, las posibilidades del sexo, como plataforma, y del erotismo, como superestructura. Las posibilidades de una imaginación erótica, desde el discurso de la exclusión, crean necesariamente monstruos. La maternidad de Lilith tiene que ver con la imaginación, con la rebeldía, con el deseo, sí, con la transgresión.
El exilio de Lilith manifestado en 34:14 de Isaías, es una condena a la mujer que se niega a ser madre, quien ejerce la libertad erótica de su propio cuerpo, pero sobre todo, es una condena a las posibilidades de la imaginación. Adán no logra conectarse con Lilith y le pide a Yahvé una nueva esposa que no sea su igual, que se subordine sexualmente y que no nazca de la tierra, de la arcilla, sino de su propio cuerpo. El conservador Adán pide que se le cierren las puertas y a Lilith se le abre el mundo. Adán abomina la libertad y la imaginación de Lilith.
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El Golem nace de la noche de Astaroth para vivir en el día del rabino como sirviente. Gustav Meyrink hizo de la novela El Golem el mayor simbolismo del arcano cero, es decir, de El Loco. Jorge Luis Borges, apunta: “Golem se llamó al hombre creado por combinaciones de letras; la palabra significa, literalmente, una materia amorfa o sin vida”.
El ars combinatoria es imprescindible para la creación del Golem. En el principio fue el Verbo. El Golem, como Adán o como Lilith, nace de la arcilla, pero también nace del Verbo.
El Golem de Wegener, en su película expresionista de 1920, es consciente de su propia sobrevivencia a partir de que “visualiza” a Miriam, la hija del rabino. La rebeldía primitiva del Golem es sexual. Su rostro mongoloide adquiere expresión, gestualidad, ante la presencia femenina. La conciencia y el deseo son concomitantes.
El mayor acto de transgresión del Golem es cuando se opone a que el rabino le quite la estrella para inmovilizarlo. Mudo y analfabeto, el Golem asume que es un ente sometido al deseo descubierto pero, sobre todo, a la palabra. ¿Qué es lo que sueña el Golem? Nunca lo sabremos. Sólo nos podemos dar cuenta que el hijo del hombre y de la magia, por su instinto de supervivencia y por el deseo, replica, representa, reproduce las circunstancias que lo rodean. La criatura, ahora, también tiene conciencia y también tiene pulsiones. Sí, el polvo del Golem también es nuestro lodo.
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El tema de Frankenstein es el despojo. ¿Quién tiene derecho a despojarnos de la muerte? La colección de partes humanas es una recolección de desmemoria. La recolección de conciencia en contra del Padre es una colección de virtudes. La mayor virtud del monstruo –como la mayor virtud del hombre– es desnudar a su creador. El salto cualitativo, dialéctico, no sé si hegelianio, es superar la arcilla y encontrar la carne. El deseo de supervivencia es un deseo finalmente erótico. El monstruo supera al Golem, la conciencia de la palabra no sólo se asume como ser en el mundo, se asume como conciencia, representación y símbolo en el mundo.
En palabras del monstruo, ha asesinado lo hermoso y lo indefenso. Decretar la muerte de Dios es menos humano que asumir el asesinato. La palabra del monstruo es la insatisfacción. Su rebeldía ya no contra el mago, como el Golem, sino contra el científico, es el despojo. Los despojos de la carne hechos hombre, el despojo moral del doctor Frankenstein. Entre el creador y la criatura hay un abismo: Frankenstein está solo, el monstruo está desolado.
A partir del libro de Mary Wollstonecraft Godwin el monstruo cambia el destino del ser humano. La duda triunfa sobre el deseo. El mayor despojo es que el universo se deshaga entre nuestras manos. Ya no sirve la oración, ya no sirve la ecuación, ya no sirve el deseo. La antropología moral deviene en una antropología axiológica y, por tanto, metafísica. Ya no vale preguntar por qué somos. Indicar para qué somos es lo necesario. El triunfo de la criatura, del monstruo, es un triunfo moral.
Ser hombre o ser mujer es un problema de ombligo, de Onfalia: Vayamos con Jean Baudrillard: “para nosotros la cuestión del ombligo de Adán ni se plantea: a toda la especie humana hay que dotarla de un ombligo en trampantojo, en la medida en que ya no queda huella, entre nosotros, de ningún cordón umbilical que nos uniría al mundo real. Durante un cierto tiempo todavía seguiremos naciendo de una mujer, pero no tardaremos en regresar, con la generación in vitro, a la condición ‘anomphálica’ de Adán: los futuros ‘humanos’ ya no tendrán ombligo”.
Y entonces Lilith, el Golem y el monstruo carecen de ombligo. Unos de arcilla y el nuevo de residuos, y los más nuevos androides, como el clon. Los seres del día tienen ombligo, los de la noche, no. Le hacen decir a un Nexus-6 en Blade Runner, la película basada en el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick:
“Roy: ¡Ir al infierno! ¡Bien! ¡Así me gusta!
“Esto duele. Has sido algo irracional. Sin mencionar el comportamiento antideportivo. ¿A dónde vas?
“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
También allí reposará Lilith, quien está hecha de arcilla, y el Golem y el monstruo y los Nexus-6. El deseo proscrito, la erección del hombre decapitada por el hombre. La elección de la mujer decapitada por la mujer. El mayor monstruo es ahora el hombre y la mujer ajenos al deseo. El ser humano se volvió monstruo: ahora las prótesis, los chips, la extensión de los dedos convertidos en laptops nos someten, nos subyugan. Somos mitad máquina y mitad seres humanos. Cada vez más actores, sabemos que la autenticidad y la originalidad son simulacros. Ya somos el simulacro, es decir, el monstruo. Prometer la tierra es prometer la nada. Isaías nos dice que Lilith descansa. ¿Acaso soñó el Golem con ovejas de arcilla?