Con todo respeto para el presidente López Obrador, volvió a dejar ver su desprecio por lo que nosotros entendemos por sociedad civil y él entiende como parte de los conservadores o de derecha.
Es cierto lo que dijo el Presidente, en la sociedad civil que él conoce, nunca ha visto signos de lo que sólo él entiende por izquierda y que no quiere revelar, pero suponemos que sea cierta oposición al estatismo presidencialista que tanto añora y quiere recuperar para su administración como excusa para sacar adelante lo que llama la Cuarta Transformación, que también solo él sabe que fondo tiene.
Es cierto que la sociedad no se conduce a sí misma por derechas o izquierdas, sino en espacios y tiempos más pequeños. Porque en la sociedad civil, que somos todos los que no tenemos poder politico o dominancia económica, lo que rige nuestras vidas no es la geometría política sino la acumulación de días de trabajo y sacar adelante a nuestras familias en la mejor manera posible.
Muy malo es nunca haber leído un libro completo. Como quizás muchos de nosotros, el Presidente empieza un libro y se topa con alguna frase o párrafo, de esos que parecen verdades instantáneas; entonces ocurre una suerte de epifanía que concreta nuestra corta visión del conocimiento y lo insertamos en nuestro discurso sin mayor análisis.
Para López Obrador y sus confidentes, la población esta dividida en el “pueblo bueno” y la “sociedad civil”. El primero, el pueblo bueno es el sector que se traga todos sus conceptos sin chistar y criticar, mientras que la sociedad civil es un invento de los “neoliberales”, esos mismos que inventaron la despreciable palabra “excelencia” en la educación y que son lo que él llama la “mafia del poder”, en la cuál caben todos según la circunstancia y el día de la semana.
AMLO leyó pedacitos de Hegel, Marx, Tocqueville, y Robert Putnam, pero adopta como suya la conclusión de Peter Waterman que nos dice que “la sociedad civil es un proyecto neo-colonialista inducido y manejado por las élites globales a favor de sus propios intereses”.
La sociedad civil emerge y toma forma cuando grupos de individuos comienzan a retar los límites de las conductas permisibles, como es la crítica al régimen de gobierno, o demandando una respuesta efectiva a las necesidades sociales. No es más que una inercia natural cuando los gobiernos y sus instrumentos de poder, como los partidos políticos, ya no representan a la sociedad en sí, que es el caso de México.
Mientras López Obrador no revele su concepción de la “izquierda en la política mexicana” es inevitable pensar en las posibilidades. Si su concepción izquierdista es la de un estado distribuidor que asimila para su burocracia el control de todos los renglones de la actividad económica, no está sino recreando el período del viejo PRI, que por supuesto tiene muchas variantes.
También a su alrededor medran en MORENA, con las nuevas posibilidades del poder absoluto que tienen en el legislativo, algunos individuos como Bejarano y su esposa, que son adoradores del Foro de San Pablo y el modelo de socialismo del Siglo XXI que se dirige más hacia una economía centralmente planificada y una democracia participativa que no acepta disidencia o desviaciones del modelo. Se perfila una economía aislada y administrada para la subsistencia con todas las implicaciones destructivas que implica.
A estas alturas, está claro que él se esta atrincherando en el “pueblo bueno” y todos sus actos son para desacreditar todo lo demás, como el echarse encima la persecución infructuosa de los expresidentes, cuyo propósito es desacerditar al sistema judicial y tener así la oportunidad de subsitutirlo por otro de “izquierda”.
No encontará un sólo elemento de evidencia de todos los ataques genéricos que ha lanzado a las gestiones presidenciales anteriores y los jueces concluiran en consecuencia, para después iniciar el linchamiento público de los jueces.
Del mismo modo desacreditará a los empresarios cuando no se logre el imposible 4% de crecimiento económico que, de acuerdo con su arenga futura, será culpa de la iniciativa privada, para después lanzarse, como lo hizo Echeverría, en un irrefrenable programa de inversiones públicas para suplir, según él, la falta de voluntad de invertir del resto de la sociedad.
Igual ya se lanzó a desacreditar a los científicos mexicanos, a los gobernadores, a los inversionistas extranjeros, a los banqueros, etc.
Que nadie se diga engañado. El presidente López Obrador pretende que se aprecien sus palnes y proyectos a través del desacreditamiento de personas y programas sin importar la calidad, efectividad y rentabilidad de las suyas.