Por Félix Cortés Camarillo.
Que me siga la tambora,
que me toquen el Quelite,
que me toquen el torito,
después el niño perdido,
pa´que vean como me pinto.
El Sinaloense, Severiano Briseño.
Cuenta un viejo chiste mexicano de la respuesta que dio el jefe de una zona militar a la orden que recibió de la capital por el telégrafo. La instrucción decía: movimiento telúrico detectado en su zona, reporte inmediatamente. La respuesta fue: movimiento telúrico sofocado. Cabecilla detenido y pasado por las armas. No se pudo informar antes porque estuvo temblando un chingo.
La historia es equiparable a la explicación que se dio al fracaso de la operación para detener a un hijo del Chapo Guzmán, Ovidio, con fines de extradición a los Estados Unidos: es que no llegó a tiempo la orden de cateo de la casa donde el sujeto estaba. Ese retraso dio a los delincuentes organizados tiempo suficiente para poner de cabeza a medio Sinaloa, sacar a dos docenas de presos de una cárcel, dejar seis muertos, cincuenta heridos y libre al muchacho en cuestión, además de asustarnos a todos ante la indefensión que sufrimos los mexicanos.
¿Será necesario que nos pongamos capuchas negras, portemos rifles de alto calibre, secuestremos autobuses con todo y choferes, lancemos bombas molotov a los policías para que el gobierno ceda a nuestras demandas?
La vida humana es lo más importante que hay, afirma el presidente López en su mensaje de tweet a las fuerzas armadas y en su sermón matutino a los reporteros dóciles. Sería bueno que eso se lo dijeran a los familiares de las víctimas, incluyendo soldados, en cada uno de los eventos de violencia a los que nos tenemos que ir acostumbrando porque todo ello es herencia de las pasadas administraciones que, como dijo el secretario de Seguridad Durazo, la violencia no surgió de la noche a la mañana ni desaparecerá con esa misma prestancia.
La doctrina que pugna por abrazos en lugar de balazos está poniendo al descubierto la debilidad esencial del Estado mexicano. Esencialmente es el gobierno la única entidad legalmente autorizada para hacer uso de la fuerza. Renunciar a este derecho, que es a la vez obligación, equivale a negar la propia esencia del Estado. Un presidente que se obstina en imponer sus ocurrencias por encima de la lógica del buen gobierno no puede llegar a esos peligrosos extremos: si el cartel de Sinaloa no le tenía miedo antes de lo de antier, ahora no lo tiene respeto
PILÓN.- Más vale tarde que nunca, debemos decir los mexicanos: 36 años se tardó el gobierno de nuestro país en pedirle la renuncia al dirigente del sindicato de trabajadores petroleros, Carlos Romero Dechamps, quien durante casi un año resistió el látigo del desprecio del presidente López que ni a los festejos del aniversario de la expropiación o a la fiesta del primero de mayo lo invitó. Carlos Salinas se tomó solamente unos meses para meter al bote a La Quina. Parece que el Congreso de Nuevo León sigue la misma escuela de la paciencia, espantando al Bronco con el petate del muerto. Al tiempo.