Por Eloy Garza González.
No es fácil que EUA designe como terroristas a los cárteles mexicanos de la droga. El proceso formal es largo y complejo. Pasa por muchas manos. Donald Trump esbozó la posibilidad en Twitter y en entrevistas de prensa, de cara a su próxima campaña electoral. De nuevo, como casi todos los días, habla para sus seguidores, les da carnada a sus simpatizantes, está en plan de candidato presidencial. Es lo usual.
No es fácil que López Obrador pueda rechazar una designación por parte de EUA de los carteles mexicanos como terroristas. De nuevo, como en casi todos los fierros que tiene en la lumbre, le pide a Marcelo Ebrard que los saque sin quemarse los dedos. Y Marcelo responde con el riesgo de poner más tirante la relación ya de por sí tensa con nuestro vecino del Norte. Ya les hizo muchas concesiones y piden más. Lo que es usual.
No es fácil para la familia LeBarón (víctimas claras de una masacre donde murieron niños y mujeres), estar en medio de dos políticas tan divergentes: la de EUA y la de México. De nuevo, serán acusados del lado mexicano de ser los culpables de su propia destrucción, y del lado norteamericano, de tener intereses políticos con nosotros tan marcados que les restan confianza como auténticos ciudadanos norteamericanos. Están literalmente (con culpa o sin culpa), entre dos fuegos.
No es fácil para los mexicanos vivir una odisea de barbarie y salvajismo criminal, donde el gobierno de AMLO ha determinado qué cosas no hará contra los cárteles de la droga (ni perseguirlos con violencia ni soltarles bala), pero no ha dejado claro qué cosas sí hará en contra de los delincuentes. Abrazos, no balazos, es una proclama sentimental, emotiva, incluso comprensible después de dos sexenios de guerra sin éxitos, pero de ninguna manera es una política pública, de Estado.
Falta que Trump emprenda el proceso de designación como terroristas de los cárteles y su tiempo es limitado. Falta que AMLO fije una política pública de seguridad y sus colaboradores son limitados, y falta que los mexicanos no entremos en una espiral de violencia sin retorno, donde las opciones de una vida en paz, segura y sin violencia, sean tan limitadas, que la gente llegue al punto de desesperarse, y no volver a creer en nada ni en nadie. Y entonces sí, cuidado.