Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Robar libros, en juventud, es virtud; de viejo, como casi todo lo anciano, vicio. Más que Valero, valedor, ¿qué necesidad tiene el embajador de México en Argentina de andar robando libros? Si no fue una transgresión consciente, ninguna.
Óscar Ricardo Valero Recio Becerra, te absuelvo. Si no condeno los pecados de juventud, menos los ritos de senectud. Serás condenado por el servicio exterior mexicano. Ya no le convienes a Marcelo Ebrard. Aunque nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador hable de “linchamiento” público (¿hay linchamientos privados?) ya estás señalado.
Robar libros es una delicia. Sobre todo si uno roba el LIBRO, aquel por el cual está enamorado con expectativas. ¿Andrés Manuel no robó un libro en su vida? ¿Y Ebrard? ¿Y Claudia Sheinbaum? Quien se precie de ser lector tiene una lista de libros robados. A veces no hay de otra.
En Monterrey existió un españolito que vino y una de las dos Españas le dio el corazón: Alfredo Gracia Vicente, quien inseminó con su promoción cultural la vida libresca de la ciudad. Cuentan los que supieron su historia que, como responsable de la librería “Cosmos”:
“…librería particular donde los clientes podían no sólo hojear los libros, sino adquirirlos a plazos y hasta con descuentos si don Alfredo percibía la necesidad –e imposibilidad– de adquirirlos. No pocas ocasiones debió voltear sus ojos a otro lado para permitir que los interesados pudieran robarse el libro que necesitaban. Muchos más que uno pueden corroborar la anécdota y, seguramente, guarda con cariño el libro hurtado”.
Robar libros es una delicia, regresarlos sin tachaduras, también. En México las salas de lectura son un insulto a la inteligencia literaria; las bibliotecas, indecentes. Un amigo poeta podía leer a Proust una hora en una librería; pecable o impecable, de ahí nacieron dos versos memorables. Abrazo, en su desgracia, a Ricardo Valero: robar un libro es un insulto menor a nuestra sociedad de consumo. Atentar contra el consumo, sin embargo, provoca defenestración.
¿Quién roba a quién? ¿Las librerías o los lectores? No resguardo, con cariño, los libros hurtados. Los he regalado. Que la lectura sea.