Por Verónica Malo Guzmán
Me cansé de rogarle. Con el llanto en los ojos alcé mi copa y brindé con ella; no podía despreciarme, era el último brindis de un bohemio con una reina.
Los mariachis callaron
De mi mano sin fuerza cayó mi copa sin darme cuenta.
Ella quiso quedarse cuando vio mi tristeza, pero ya estaba escrito que aquella noche perdiera su amor // José Alfredo Jiménez
Sin aspavientos. Andrés Manuel quiere ser el único foco de atención. La única luz y el único motivo de debate. La única causa a seguir. Él y solo él. No soporta que la conversación tome vericuetos por él no señalados. Menos que le lleven la contraria o comenten datos duros por él no autorizados. No importa que sean datos que arroja su propio gobierno.
Pensar en un narcisismo es apenas vislumbrar una faceta de quien nos gobierna. Desde sus homilías mañaneras. Más que presidente de una nación, un pastor standupero. Sermonea a sus escuchas y adereza con alguna broma para que la feligresía no se duerma.
No resiste las preguntas que no le permiten seguir con su épica narrativa, aunque el fondo de la misma sea vender unos infames cachitos de lotería. Llega a la obcecación en su tabarra diaria, al grado que no puede ni quiere entender la realidad a la que se enfrenta.
Sus enemigos –reales e imaginarios- se vuelven blancos de sus diatribas constantes y sambenitos para expurgar los problemas de su administración. Y si bien, hace algunos años él decía: “mis adversarios están muy nerviosos”. Hoy se podría decir que él es quien se encuentra en un estado catatónico o sin capacidad de respuesta ante todo lo que enfrenta. Ante lo cual, sigue culpando al pasado en lugar de enfrentar y —eventualmente—resolver el aluvión de problemas propias de su responsabilidad. Nadie lo presiona ni le lleva cronómetro, eso está en su cabeza.
Poco le importa si gobernar es una ciencia o un juego de niños. Su única razón es tener y ser la razón en todo.
Por eso su necesidad de un constante auditorio. Triste realidad del que transpira egolatría. Es escuchado no por la verdad en su voz, sino porque representa un pago. Sea en especie (árboles frutales), o en efectivo (becas, pensiones, etc.), el presidente va solo en su peregrinar. Pero no para evangelizar, sino para defender ser el ÚNICO que lo haga.
Quienes le acompañan, no tienen el talante o la fuerza para demostrarle los errores de su actuar. Procuran no contrariarle y al mismo tiempo cumplir con su labor.
El día más cuestionado demostró nula empatía. Volcó la atención en una canción de José Alfredo Jiménez, diciendo que él sería quien se pusiera a llorar y se iría.
No se trata de ser el “ungido” en una misión que únicamente lo requiere a él y a su palabra. No se ha dado cuenta y sin embargo ya lleva un año y dos meses de ser el presidente de todos los mexicanos.
De continuar su errático y ególatra caminar, quedará solo. Con una verborrea primitiva que le aislará cada día más de la realidad.
Y así será recordado en los libros de historia. Un presidente que no supo, ni quiso serlo. Todo él; de ella, nada.