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Por Eloy Garza González

Elena Garro, la mejor narradora de México, protagonizó uno de los hechos más extraños del movimiento del 68. En ese hecho esperpéntico, la ciudad de Monterrey tuvo mucho que ver. Yo tengo mi propia versión del caso que publicaré en forma de libro en cuanto acabe esta pandemia. Por lo pronto, les doy algunos adelantos.

Por un tiempo, durante los años 60, ya casada con Octavio Paz, Elena se puso a defender indígenas. Como no le quedaba de otra (a menos que se metiera a la lucha armada y ella era muy fifí), tuvo que arreglárselas con los políticos del PRI, del sector agrario, para que le ayudaran a defender comunidades campesinas contra los caciques. Uno de sus amigos, fue el poderoso político Norberto Aguirre Palancares. El otro fue Carlos A. Madrazo. Este último la tenía de deslumbrada porque era “elegante, guapo y culto”.

A Octavio Paz le repateaban los políticos del PRI, mientras no le pagaran sus lujos con puestos diplomáticos. Nunca creyó que Madrazo fuera de verdad un reformador del sistema político y siempre le tuvo celos a Norberto Aguirre. De Monterrey, Elena Garro tuvo varios amigos muy queridos como Dante Decanini (Elena decía que cantaba boleros como los ángeles) y el gran médico de Linares, Ignacio Morones Prieto (quien había sido gobernador de Nuevo León), pero cuando el gobierno persiguió a Elena, don Nacho se hizo el desentendido y declaró que ni la conocía. Así de chaquetero.

La relación de Elena Garro con Octavio Paz se volvía tirante. Paz no creía mucho en la libertad de las mujeres (esa fue una pose que agarró ya de viejo con su investigación sobre Sor Juana), y dejaba que Elena escribiera sus narraciones, siempre y cuando las supervisara él. Es verdad que Paz le consiguió el Premio Xavier Villaurrutia (fue miembro del jurado) y cuando se divorciaron la siguió pensionando, pero esos fueron formas muy suyas para tenerla cortita, bajo su mando.

Elena le puso el cuerno con el escritor argentino Adolfo Bioy Casares (el mejor amigo de Borges), pero nadie recuerda que en aquel entonces Paz ya andaba vuelto loco con una pintora francesa, que luego le bajó el pintor Francisco Toledo (por eso Paz nunca impulsó a Toledo y solo escribió de él un par de artículos modestos).

En el 68, Elena comenzó a ser espiada por la Dirección Federal de Seguridad, por criticar en unos artículos al gobierno y porque era muy amiga de Carlos A. Madrazo, enemigo del Presidente Díaz Ordaz. En realidad, la DFS investigaba a todo el mundo: los espías mexicanos (más burócratas que nada), cobraban por reporte escrito.  Quizá para quedar bien con el Estado, y librarse de una persecución aparente (siempre tuvo delirio de persecución y sufría de trastorno bipolar), aceptó ser informante oficial. Denunció al rector de la UNAM, Barros Sierra y a cuánto intelectual se le vino a la mente, como instigadores comunistas del movimiento del 68.

Elena cayó en una trampa en la que se había metido ella sola. Por diversas vías, el gobierno hizo públicas las denuncias de Elena y la escritora quedó contra la espada y la pared. Un año después del 68, Carlos A. Madrazo se mató en un avionazo sobre el Cerro del Fraile, en García, Nuevo León. Las malas lenguas dijeron que lo había mandado matar el Presidente Díaz Ordaz.

Tal parece que Paz también vio la forma de librarse de su mujer, tras haber pedido su baja diplomática en protesta, según él, por la matanza estudiantil de Tlatelolco (nunca renunció al gobierno, sólo se puso a disposición de Relaciones Exteriores para seguir cobrando de por vida y tener tiempo de escribir sus libros).

Elena y su hija se sintieron entonces perseguidas. Dice que recibía llamadas intimidantes, la seguían cuando salía a la calle, y el medio intelectual le dio la espalda. Decidió huir a EUA y pedir asilo político, como refugiada, en ese país. Se fue en camión a Zacatecas, luego llegó a Monterrey y se hospedó en el Hotel Ramada Inn, que estaba en el Cerro de Las Mitras. El dueño del Ramada era otro disidente político, el General Juan Andrew Almazán, recién fallecido unos años antes y que había sido Jefe de la Zona Militar de Nuevo León. Almazán se había peleado a muerte con Lázaro Cárdenas pero como todos los disidentes del sistema, el pleito terminó en pacto secreto y Almazán se quedó como terrateniente de muchas zonas protegidas de Nuevo León entre ellas la colonia Olinalá (Almazán nació en el municipio de Olinalá, Guerrero).

A Garro la ayudó en Monterrey Dante Decanini (quien después le gestionaría un cheque que le dio Fernando Gutiérrez Barrios y que le cambió el papá de Sonya Garza Rapport, don Jesús Garza, para que las Garro se fueran de EUA a París, pero esa es otra historia).

Las dos Elenas, madre e hija, decidieron en el Ramada Inn escapar a EUA a través de Nuevo Laredo, Tamaulipas, disfrazadas de monjas. Y tomaron un camión Flecha Roja. En Tamaulipas acababa de entrar como gobernador Manuel A. Ravizé, pero como se la vivía enfermo, dejaba al frente del estado a su secretario particular, que era Even Garza Mascorro, hermano de mi papá. Luego mi tío sería Procurador de Justicia en ese estado, pero esa es otra historia.

Por instrucciones confidenciales del gobierno federal, mi tío Even se fue a Laredo y ahí recibió en el puente internacional a las dos monjitas. “¿La señora Elena Garro de Paz?” le preguntó a la religiosa de mayor edad. Garro diría más tarde que primero se iba a hacer la desentendida pero como mi tío, según Elena, era alto, bien parecido “y se parecía al actor Gary Cooper”, aceptó tomarse un café con él. Mi tío Even le dio una cantidad determinada de dólares, y añadió un fajo de billetes de su propia bolsa, porque sintió piedad de las dos pobres mujeres “que huían de quién sabe qué”.

De cómo Elena Garro y su hija pasaron penurias en EUA, hasta que las expulsaron de ese país y de cómo Octavio Paz les hizo la vida de cuadritos, hasta que Elena se vengó, tratará el siguiente artículo de esta historia.

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// Eloy Garza González

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Autor: Eloy Garza
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