Por Francisco Tijerina Elguezabal
“Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena.” // Baltasar Gracián
La
vida y mi trabajo me han dado la oportunidad de tratar y tener
amistad con distintas personalidades de la vida pública, capitanes
de empresa, directivos y dueños de grandes corporativos,
deportistas, artistas, personas todas reconocidas y con una alta
exposición mediática.
De la mayoría se recuerdan sus
obras y acciones, pero también de algunos han circulado chismes e
historias llenas de envidia y maldad.
Son infundios,
rumores sin sustento, historias que la gente repite como merolico sin
detenerse a pensar si son reales o no y que dan por válidas
simplemente porque las leyeron en algún lugar o alguien se las
platicó.
Lo grave, lo triste, lo preocupante, es que esas
mentiras lastiman personas que nada tienen qué ver con los actores
de las mismas, me refiero a padres, hermanos, hijos y también como
en mi caso, amigos.
Las redes sociales se han convertido
en el sitio ideal para replicar estos infundios.
Si por
elección o circunstancia te ha tocado tener una vida expuesta a los
reflectores uno sabe que debe cargar con ello, pero ninguna culpa
tienen los demás, por lo que cada vez que me topo con una injusticia
de este tipo pego el reparo y reclamo.
Me revienta el que
sean mujeres las que se expresen tan vulgarmente de otra mujer y
cuestiono, ¿publicarían lo mismo si la protagonista de la historia
fuese su madre, su hermana o su hija? ¿Actuarían con tanta ligereza
y acusarían sin pruebas como lo hacen de esas personas?
En
pocas ocasiones me ha tocado hacerlo de manera presencial y pararle
el alto a un borrachín inconsciente que se expresa mal de un amigo o
una amiga y lo único que les pido tras escuchar la repetición de
“su historia” es siempre lo mismo: “¿tienes pruebas, te
consta, estuviste ahí?”
Lo más triste es que en la
cadena de la tradición oral, el chisme va tomando otras dimensiones
y termina en enormes aberraciones que no concuerdan ni con el tiempo,
ni con la historia.
Hace un par de días me tocó
interactuar con varias damas en un grupo de Facebook que dedicaron
varios agravios a una amiga que conozco desde niños y que sin tener
gran cercanía, cuando nos vemos lo hacemos con muchísimo gusto; sé
de su vida, conozco su pasado y sé qué ha sido de ella, por lo que
me enfada que sin gente sin moral ni escrúpulos, escondidos en el
anonimato de un seudónimo, se atrevan a asegurar historias que no
tienen nada de ciertas.
Me pregunto si tendrían el valor
de repetir eso que escriben en la cara de esa persona y estoy seguro
que no, porque les falta valor y carácter, porque “su verdad” no
tiene peso y porque sabrían que se exponen al airado reclamo de una
dama que defiende su honorabilidad.
Como Alfredo Nóbel a
quien le ganó la tristeza al darse cuenta de que su gran invento era
utilizado con fines bélicos, no puedo menos que pensar que las redes
sociales se han convertido en una porquería y todo porque no sabemos
la enorme diferencia entre la libertad y el libertinaje.
Son
cobardes a los que les falta educación.
ftijerin@rtvnews.com