Por Francisco Tijerina Elguezabal
“¿Quiubo raza?” // Lalo González “Piporro”
Al
cumplirse 17 años de su partida y a punto de llegar a un siglo de su
nacimiento, ayer se alzaron muchas voces exigiendo el lugar que
evidentemente merece la enorme figura de don Eualio González Ramírez
“Piporro”.
Y es que la que debería ser una placa que
le recuerde en la Gran Plaza de Monterrey está ocupada por un
letrero mal pintado a mano por una persona que evidentemente no puede
llamarse rotulista.
Un reportaje en la televisión y el
fuerte reclamo en redes sociales dieron pie a que miles de
regiomontanos se inconformaran con nuestras autoridades por este
injusto olvido a quien le dio brillo, lustre y renombre a todo el
noreste de México.
Y sí, yo también me sumé a las
críticas en el Facebook y me molestó en demasía cuando vi el
reportaje en la TV, sin embargo después me puse a pensar.
La
falta de una placa digna en el área destinada a reconocer al enorme
artista dentro de la Macroplaza es un problema mucho más profundo:
la comercialización de metales robados en el área
metropolitana.
Hace años eran los vándalos los que
causaban daños a los monumentos y robaban letras de las placas, pero
después la compra-venta de metales de todo tipo se ha convertido en
un jugoso negocio en donde muchísimas cosas terminan siendo
malbaratadas (y muy mal pagadas en proporción con lo que de verdad
valen en el mercado), a ciencia y paciencia de nuestras
autoridades.
Los ladrones roban cable de casas vacías y
escuelas, pero desde hace años se han encargado de no dejar
monumento con placa en toda el área metropolitana y esas piezas, sin
importar su valor histórico, terminan en el traspatio de cualquier
tejaban dedicado a esos menesteres, fundido para volver a venderse a
un precio mayor.
Son de esos pequeños detalles que no nos
detenemos a observar, pero si ponemos atención nos daremos cuenta de
que la mayoría de nuestras estatuas, sin importar a quién estén
dedicadas, carecen de este importante elemento que les da identidad y
rememoran la fecha en que esas piezas fueron instaladas.
¿Por
qué nuestras autoridades no resuelven de golpe este mercado negro e
impiden la comercialización de estos sitios estableciendo mecanismos
de control que inhiban la compra-venta de estas placas? No lo
sé.
Pero “Piporro” es más que una placa o una
estatua, es un recuerdo, un hombre que trasciende el tiempo y las
fronteras, que dejó un inmenso legado que no se borra ni
desaparece.
Algo habrá qué hacer para instalar un
homenaje digno y acorde a su inmensa estatura y que, también, sea un
nuevo formato que no se les antoje a los rateros ni a los compradores
de fierro robado.
Maestro Lalo, se le sigue extrañando…