Por Eloy Garza González
El pasado 10 de septiembre fue el día mundial de la prevención del suicido. Causalmente platiqué de eso con una amiga. Nos conocimos hace muchos años cuando ella no sabía que su relación sentimental sería un infierno. Le gustaba fumar y oírme cantar “Hey You”, de Pink Floyd: “Hey tú, que estás afuera, en el frío, quedándote solo, haciéndote viejo, ¿puedes sentirme?” Yo no tenía una gran voz pero sabía explicar las letras las canciones. “Sí, me dijo ella, “de chavo eras como un manual de instrucciones para la vida”. Yo le respondí: “¿Y tú para qué perdías el manual?”.
Tengo 20 años de no cantar “Hey You”. En este tiempo olvidé parte de la letra y a mi amiga se le olvidó cómo resistir. No sé qué fue peor. Yo arrumbé en el subconsciente la célebre estrofa: “Hey tú, no les ayudes a enterrar la luz. No te des por vencido sin luchar”. Y ella, mi amiga, ayudó a su pareja a enterrar su propia luz. Un buen día se dio por vencida. Sin luchar.
Mi amiga se defendió: “yo no sabía que me humillaría. No sabía que rompería mi voluntad. No sabía de sus traumas. No sabía que me separaría de mis amigos. No sabía que él valoraría más a mi gato que a mí. No sabía. No sabía”. Yo no juzgo. Pero tampoco compadezco. Hay que tener buena mano para elegir.
“No tuve buena mano”, dijo mi amiga: “Pero le tengo miedo a la libertad y a quedarme sola. ¿Qué haría si perdiera a la única persona que, para bien o mal, me quiere cerca? Me siento débil, vulnerable. No soy un manual de instrucciones para la vida, como tú”.
Le explico que “Hey You” es un grito de auxilio, una petición de ayuda. El personaje de la canción toma aire para desmoronar el muro emocional que lo aísla del mundo. Quiere derrumbar los ladrillos que levantaron sus complejos y sus traumas. Pero la realidad lo contradice: “Era sólo una fantasía. La pared es demasiado alta, como puedes ver. Y al final no pudo liberarse”.
Le doy a mi amiga un consejo, aunque yo nunca doy consejos: “dime las razones por las que tú no te suicidarías”. Quedó pensativa. Los ojos rojos y húmedos. “Lo haría con gusto, ¿pero quién atendería a mis padres?, ¿quién cuidaría a mi gato?, ¿qué pasaría con los amigos que tengo como tú?” Me recitó esas tres cosas que la ataban a la vida. Y una cuarta; rescatar del olvido un viejo recuerdo suyo: cuando me oía cantar “Hey You”.
Le contesté lo único que aprendí a conciencia: nadie tiene un manual de instrucciones para la vida. Nadie puede ayudarnos a arrastrar la piedra. Se trata de buscarle un sentido a nuestro paso por el mundo. Un significado que nos impida suicidarnos y así volver tranquilos a casa.
Ella me pidió que le cantara “Hey You” de Pink Floyd, como en aquellos tiempos. “Primero la practicaré algunos días, y la cantaremos juntos, si me prometes que de aquí a entonces estarás bien”. Mi amiga suspiró antes de decirme: “sí, te prometo que estaré bien”.