Por Carlos Chavarría
Allan Greenspan, ex director de la Reserva Federal de los EEUU por mas de 15 años, durante una de las peores épocas de la economía de aquella nación, acuñó el término “destrucción creativa” para referirse a una especie de depuración de las cadenas económicas como un efecto natural derivado de las crisis económicas.
Algo así como una especie de “selección natural económica”. Desaparecerán aquellas unidades económicas que no encuentren una vía para competir y sobrevivir a las malas épocas.
México no es la excepción en el mundo. En la mayoría de los países las cadenas económicas se integran por 80% de empresas micros y pequeñas, y un 20% de medianas y grandes. El gran volumen de la ocupación descansa en las primeras, así como la informalidad, que en nuestro país es alrededor del 60%.
En lo que sí somos diferentes es en la desconfianza para asociarse y formar alianzas, desde asociaciones para fines concretos comunes hasta empresas conjuntas. Igual que los campesinos, la economía mexicana está formada por cientos de miles de micro empresas sin economías de escala y acceso a tecnologías modernas y, por lo tanto, vulnerables ante los vaivenes económicos, esperando que el Estado acuda en su auxilio cuando las cosas van mal.
Con tantos años de experiencia ya deberíamos haber aprendido que las empresas deben ser mejores que sus gobernantes, porque estos sí saben asociarse para sus fines pero no para ayudar a nadie. No debemos olvidar que venimos de una época de muy alta e ineficiente regulación estatal y, solo para citar un ejemplo, en que para hacer un contrato de electricidad en los hogares había que solicitar primero un permiso en la llamada SECOFI y pagar su respectivo moche para que avanzara rápido el trámite.
En su libro “Made in America”, Sam Walton, el fundador de la ahora más importante cadena comercial del mundo, Walmart, relata que su éxito residió en dos cosas. Primero, anotar en su libretita todo lo que le preguntaba a sus competidores respecto a cómo ellos hacían las cosas y, segundo, siempre ir un paso adelante en darle un mejor precio a sus clientes.
En todos los países los gobiernos son un mal necesario para resolver algunos conflictos y problemas que dejados en manos de particulares no tendrían soluciones viables.
No podemos esperar que las burocracias oficiales pongan a nuestro servicio un talento que no tienen y si se les permitiera acabarían por intervenir más aún en los temas que le competen a la sociedad, en este caso a las empresas.
El empresario pequeño y mediano mexicano gasta demasiado tiempo en la regulación estatal y si está en la informalidad todo el tiempo andan como se dice “a salto de mata”. Invierten bien poco en desarrollar lo más importante para competir: el talento de su gente para desarrollar nuevas tecnologías.
Este segmento de empresarios cuando les va bien piensan que es para siempre y cuando las cosas están mal, también. El análisis de riesgos no existe en su rutina diaria y de ahí que en México ni siquiera exista un mercado de coberturas de riesgo, se espera que “¡el gobierno haga algo!”.
El pequeño problema es que en tanto los gobiernos no evolucionen (pocas ganas tienen de hacerlo) no son sino un riesgo adicional a los naturales de cada cadena económica.
Todo se complica cuando se tiene en México un gobierno que no define ni exhibe un direccionamiento creíble para la economía que persigue y, de hecho, sus políticas públicas son un verdadero galimatías de intenciones diversas, pero sin substancia práctica, como son sus intenciones de acabar con la corrupción pero sin modificar el diseño de procesos y reglas de la administración pública, lo cual es absurdo porque la gran mayoría de las leyes y reglamentos tiene únicamente fines recaudatorios.