Por Obed Campos
Sí, se oye muy bonito, al menos para los que somos aficionados a la ecología, el tema de que al fin, por ley, se obligue a los regiomontanos a separar la basura en orgánica e inorgánica.
Esto luego de que hace un par de días los regidores del municipio de Monterrey aprobaran el nuevo Reglamento de Limpia que obliga a los ciudadanos a separar los desechos y, ¡ojo!, amenaza con multas de hasta 8 mil pesos para quien no cumpla con las nuevas disposiciones.
Me pregunto dónde vivirán esos regidores, si en Helsinki o en Oslo, donde, además de férreos reglamentos las ciudades cuentan con un elemento clave para continuar limpias: la conciencia ciudadana.
Pero hablemos de aquí más cerquita, en el Valle de Texas, en la Ciudad de McAllen, concretamente, con lo que pagas de predial alcanza para que la autoridad le dé a cada casa dos botes gigantes de unos 28 litros cada uno.
En uno de los botes se destina la basura inorgánica y en el otro la orgánica… ¿Ya planearon los regidores de Monterrey cómo le van a hacer para repartir los botes?
Oiga y cuidado con robarse uno de esos botes, porque a quien lo agarren, va directo al ídem y sin tocar baranda.
Ahora que el sistema de recolección es de lo más lindo: generalmente son dos camiones los que se usan, también uno para lo inorgánico y otro para lo orgánico o camiones con doble compartimiento.
El operador de la unidad está autorizado a amonestar a los vecinos que no hagan caso a esta disposición.
¿Se imagina usted, mi regio amigo, que el basurero le estire las orejas?
Y me dicen que aquí es donde la puerca tuerce el rabo: la basura es cargada en ferrys especiales que la aguantan hasta cuatro meses en el mar, en tanto se disponen los pozos donde la orgánica es “sembrada” para que produzca el gas que se utiliza en muchos asuntos de energía y la otra se trata de reciclar, hasta donde se pueda.
Pero un experto en esos temas de la basura me dice que la misma logística acaba con la intención, porque los pozos raramente están listos a tiempo y algo hay que hacer con los desechos, que, al final, acaban juntos y revueltos.
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