“Cuando una medicina no hace daño deberíamos alegrarnos y no exigir además que sirva para algo”
Pierre Augustin de Beaumarchais
Por Francisco Tijerina Elguezabal
No pienso hablar del Presidente y su infección de Covid-19, muchos lo harán y explorarán todas las vertientes posibles de si es real o ficticio, de si es un truco propagandístico o un verdadero contagio, de si se había o no aplicado la vacuna. Lo único que puedo desear es que recupere la salud, porque de ello depende la estabilidad de todo un país.
Sinceramente me aterra ver la forma en que muchas personas no sólo creen en milagros curativos, sino que hasta ponen en riesgo su salud al ingerir sustancias de las que no tienen plena conciencia y que las toman por la simple razón de que “alguien” se las recomendó o lo leyeron en Internet.
En los días recientes he tenido conocimiento de personas cercanas que me juran a pie juntillas que el dióxido de cloro es la octava maravilla que impide que te contagies de coronavirus.
Puedo respetar sus creencias, pero me cuesta trabajo el aceptar que un simple gas de color amarillo o amarillo-rojizo utilizado como blanqueador en la fabricación de papel, en plantas públicas de tratamiento de agua y en el proceso de descontaminación de construcciones, según señala la OPS, pueda ser el remedio contra la pandemia.
El virus no respeta sexo, posición social, edad o nivel de estudios y entre las personas que ha atacado y que han fallecido hay padres y familias de cientos de médicos y científicos de todo el mundo; visto lo anterior, ¿por qué entonces ellos que han resultado afectados directamente no se han convertido en promotores de la cura milagrosa?
Lo que sí sé es que el dióxido de cloro puede provocar severos problemas en el organismo humano, dado que no es una sustancia que cumpla una función específica.
Ya las compañías aseguradoras en México han decretado que de comprobarse que un paciente que ingresa a un hospital por Covid-19 y se comprueba que ha ingerido dióxido de cloro, no pagará los gastos médicos que cubra su póliza.
Puedo entender la desesperación por encontrar una cura, pero si la solución fuese tan sencilla, desde hace muchos meses ya las clínicas y hospitales, los gobiernos de todo el planeta la hubiesen puesto en práctica. Además de evitarse grandes gastos en materia de salud pública, detendrían los daños económicos que provoca el cierre de empresas, la perdida de empleos, la creciente inseguridad.
Ojalá recapaciten y se den cuenta de que, como en muchas otras cosas, el famoso remedio, como otros tantos que se promocionan en Internet, no son ciertos y que al ingerirlos en realidad se están jugando la vida.
ftijerin@rtvnews.com