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Andrés Manuel ofrece un desahogo al odio sembrado desde 2006

Réplica a Verónica Malo y a Rafael Loret

Por: Federico Arreola

“Si nos levantamos bien temprano y curramos, somos un país imparable”. Pep Guardiola

Currar: trabajar, aplicarse con esfuerzo.

Andrés Manuel ya logró el primer objetivo; falta el segundo y más importante. Las mañaneras nos están recordando a todos que madrugar es productivo y bueno para la salud. Eso es muy bueno. Lo que sigue es que la 4T verdaderamente construya condiciones económicas y sociales para que los mexicanos volvamos a amar el trabajo sin pensar que los ricos o los patrones nos estafan. Este es el gran pendiente.

Verónica Malo Guzmán ha publicado un artículo con el que no puedo estar de acuerdo: “AMLO y el resentimiento: un gobierno de, por y para el odio (análisis de contenidos)”.

Rafael Loret de Mola, un hombre al que aprecio, respeto y admiro, ha dicho: “Si algo me sucede, en las manos de AMLO estará mi sangre”. También culpa al presidente de México por cualquier cosa que le pase a su hijo Carlos, uno de los periodistas más influyentes, competentes y honestos de México.

La señora Malo Guzmán es una politóloga experimentada y académicamente bien preparada. Tiene razón, hay odio en México, mucho. Pero la cultura del resentimiento no empezó este sexenio. Ni lo peor que se ha dicho a los rivales políticos es que son “fifís y conservadores”. Los que vivimos el 2006 al lado de López Obrador sufrimos las peores agresiones. Para empezar, el fraude electoral, terrible. Después, la pérdida de empleos —por el solo hecho de apoyar a Andrés Manuel y de no estar de acuerdo con la inmoralidad que llevó al poder a Felipe Calderón— se me echó de Milenio, periódico que fundé con su propietario, Pancho González; medio de comunicación en el que trabajé muchos años para construirlo desde abajo.

Sigo con mi propia experiencia. Además de tener que dejar el empleo que sostenía mis necesidades económicas, muchas veces soporté agresiones, humillaciones, ofensas en público, particularmente si me atrevía a presentarme en restaurantes más o menos caros. También, por haber estado en la primer campaña presidencial de AMLO, mi cuenta bancaria fue suspendida porque alguien, supongo que del entonces llamado Instituto Federal Electoral, me denunció por operaciones irregulares que nunca existieron: eran puras ganas de dañar. Sobreviví gracias al apoyo de amigos y también a que de alguna manera me protegía la fuerza de un movimiento político que creció, a pesar de que Felipe Calderón, desde Los Pinos, intentó liquidarlo apoyado por el bloqueo informativo que tendieron los grandes medios de comunicación y en el deseo de acabar con AMLO de los hombres del dinero, hoy tan cercanos y cariñosos con dirigente político que más han odiado.

Lo que yo sufrí lo sufrieron muchísimos mexicanos que no estuvieron de acuerdo con el fraude electoral. Fueron víctimas de mucho odio en los sitios de trabajo, en las calles, en los medios, en los restaurantes, en los aviones si por suerte se lograba un ascenso para viajar en las clases más caras… El más odiado ha sido el propio Andrés Manuel. El tuit de Ricardo Alemán que ilustra este artículo lo dice todo.

Desde luego, ello no justifica que el odio ahora esté de regreso. Es decir, que busquen el desquite los vencedores de la elección presidencial de 2018 —entre los que no me incluyo: dejé el movimiento de AMLO en 2011.

Pienso que Andrés Manuel sabe que sus seguidores quieren venganza —las agresiones vulgares a Enrique Krauze en redes sociales y en medios de comunicación son un el peor ejemplo de esa actitud inmoral—, así que trabaja para evitar que el veneno de la revancha destruya a nuestro país.

El plantón de 2006 en el centro de la Ciudad de México —por el que tanto nos odiaron a quienes ahí estuvimos— fue no solo un desafío legítimo al poder político y económico que se robó las elecciones, sino una fórmula audaz y eficaz para conducir el desahogo por vías pacíficas y evitar un conflicto social. En efecto, al plantón le debemos que la gente no haya decidido protestar violentamente por el inaceptable fraude.

Ahora —es lo que creo: conozco al personaje— las diarias críticas de AMLO a los “fifís y conservadores” son la estrategia del presidente de la República para que sus seguidores se desahoguen y dejen en solo eso —solo en llamar “fifís y conservadores” a los rivales políticos— la necesidad del desquite. Esto es, tales expresiones no son más que el antídoto para que no mate el veneno de la venganza.

Si a Carlos Loret se le ha amenazado, no ha sido el gobierno. Fue el crimen organizado el que puso en la mira a este periodista de excelencia que, por lo demás, es un extraordinario ser humano. La mafia se ha sentido dañada por sus reportajes y ha respondido de la peor manera posible. La mejor protección que Carlos podrá recibir será la del propio gobierno y seguro estoy de que Andrés Manuel ya ha ordenado a Alfonso Durazo y a Olga Sánchez Cordero que atiendan ese asunto que es gravísimo.

Pero, cuidado con el diagnostico, las mafias no se volvieron invencibles a partir del triunfo electoral del presidente López Obrador. Las mafias, hay que decirlo con claridad, crecieron después de que Felipe Calderón les declaró una guerra a tontas y a locas para ver si con esa acción “heroica” los mexicanos se olvidaban del fraude electoral que lo llevó a Los Pinos.

Lo que sigue es que Andrés, en las mañaneras, dejé poco a poco el discurso de “fifís y conservadores” —ya ha sido suficiente desahogo— y empiece a estructurar otro discurso mucho más positivo: el de la necesidad de que todos nos pongamos a trabajar en armonía en las empresas que, por odiadas que sean, son las únicas que generan la riqueza que acabará con la pobreza.

@FedericoArreola

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Autor: lostubos
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