Por Francisco Tijerina Elguezabal.
“Nada viaja a
mayor velocidad que la luz con la posible excepción
de las malas noticias las cuales obedecen a sus propias leyes”
Douglas Adams
Como muchos, durante largos años amé la velocidad, el sonido del rugir la máquina y la sensación de libertad al sentir el viento en el rostro al montar en una motocicleta; con los años el asunto pasó, pero debo de ser sincero que cuando miro pasar a esos hombres y mujeres enfundados en trajes de cuero sobre sus máquinas los fines de semana siento cierta envidia y nostalgia.
He sido amante de la velocidad, sí, pero con responsabilidad. Admiro a los grupos que salen simplemente a rodar, a divertirse, a realizar una actividad grupal y lo hacen con todas las medidas de protección y seguridad, que guardan su distancia, que no se sienten dueños de la carretera y que respetan a los demás.
Me enfadan, y mucho, los fantoches que tienen una necesidad patológica de ser vistos y los que conducen sin respetar límites ni tener consideración por los demás.
Como muchos vi el video del pasado fin de semana en el que un motociclista tuvo un accidente en la Carretera Nacional a la altura de Los Cavazos cuando conduciendo con exceso de velocidad no pudo controlar su máquina y fue a estamparse, tras rebasar a otros por la derecha, contra la parte posterior de un automóvil.
Antes del incidente la persona que grababa el video nos mostró a otro enfermito que en plena zona comercial aceleraba a todo motor mientras levantaba la llanta delantera de su motocicleta.
Evidentemente no es esa carretera y mucho menos ese lugar el mejor escenario para andar haciendo piruetas o circular como bólidos, de ahí mi crítica y severo señalamiento.
Si ellos quieren matarse no hay ningún problema, pero que se busquen un lugar en donde puedan hacerlo solos o con otros que compartan sus desmedidos afanes protagónicos, pero no es correcto, ni válido, el poner en riesgo a los demás por el simple deseo de andar de “queda bien” o “deja te presumo”.
Los motociclistas han tenido por largos años un cierto espacio de tolerancia por parte de las policías federal y municipales, pero va siendo hora de que les pongan un alto para que se conduzcan como el resto, respetando límites y distancias y coexistiendo de manera armónica con el resto de los usuarios de las carreteras.
Para todo hay un tiempo y lugar y evidentemente nuestras carreteras no son pistas de carreras ni espacios para acrobacias y menos cuando otros conductores las están ocupando.
Es hermoso el motociclismo y sensacional el compartir en grupo la aventura. Lo grave, lo preocupante, lo serio, es que dentro de esos grupos no pongan freno ni límite a quienes se sienten chamaquitos y creen que es muy simpático o muy valiente el andarse poniendo en riesgo y de manera inconsciente, pero sobre todo cobarde, andar poniendo en riesgo a los demás.