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Ratitos a pie, ratitos sandando

Por José Francisco Villarreal

Hace años, en un segmento de aquel legendario programa FORO, con Gilberto Marcos, hablé sobre el transporte urbano en el área metropolitana de Monterrey. Se emitió antes de una mesa de análisis entre funcionarios y empresarios protagonistas del tema. Mi comentario no era nada feliz, aunque no recuerdo en qué términos. Pero no importa, porque han sido los mismos durante décadas, ya sean camiones “trompudos”, “chatos”, microbuses, periféricos, ecovías, Metro, Transmetro… En cualquier época las quejas son las mismas: el transporte público metropolitano es caro, malo, peligroso e insuficiente. Sí recuerdo que terminé el comentario aclarando que yo sí sabía de qué hablaba porque era usuario del transporte urbano. Todos los invitados en esa ocasión podían presumir de estar muy enterados, pero de oídas, porque no usaban ese tipo de transporte.

Esa larga historia ha sido muy monótona. Entre el gobierno estatal y los empresarios ha habido algunas pugnas más aparentes que reales, y muchos contubernios muy evidentes. El usuario siempre ha sido derrotado. Recuerdo que los aumentos siempre se decidían a fines del año, cuando la gente recibía el aguinaldo y no se sentía tanto el asalto al bolsillo. Siempre se difundían compromisos de la mafia de transportistas (sí, dije mafia), en donde prometían el oro y el moro. Sólo un par de empresarios eran lo bastante honestos para cumplir. En general todo seguía igual. En la transición de los camiones “trompudos” a “chatos”, por ejemplo, fue como si sólo hubieran cambiado el chasis. Suspensión, asientos, bordos y baches, hacían la combinación perfecta para ser el azote de las hemorroides. Las balatas no esperaban al freno para lanzar alaridos espantosos. La diarrea de humos tóxicos que lanzaban alegremente los escapes hacían ridículos los letreros de “Se prohíbe fumar y escupir”.

En su momento, el Bronco nos timó a todos. Prometió disciplinar a las familias que durante décadas monopolizaron un servicio público que, no olvidemos, es responsabilidad del estado no de particulares. Mintió y dejó más desastre. Al final hasta nos culparon del deterioro de las rutas, dizque porque no se autorizó el aumento de tarifas. Los usuarios acatamos pero reprobamos esos aumentos porque nunca, nunca, nunca se han reflejado en una mejora en el servicio. Y jamás va a mejorar mientras entre la concesión y el usuario medien unos fulanos que exigen una ganancia, muy justificable si no fuera definida sólo bajo los términos de los ruteros. En este servicio público no valen subsidios, sería como si se les pagara doble. Porque el subsidio sale del mismo bolsillo de los que pagan directamente su pasaje. Del deterioro de la carpeta asfáltica y del caótico diseño de las rutas, mejor ni hablemos. Hace años se trató de regular las rutas y puntos de abordaje y descenso, y funcionó muy bien hasta que a usuarios, ruteros y autoridades, les (nos) valió sorbete.

Hace poco, Telediario (Multimedios/Milenio) difundió el seguimiento de un joven estudiante de Comunicación en la UANL, su trayecto desde Metroplex hasta Mederos. La nota no es muy rigurosa, y el seguimiento que se le dio desvirtúa el caso y favorece al medio. Nos quedamos entre un Kevin lanzado a un efímero estrellato y un aspecto de la crisis de movilidad que se ha manejado poco y con menos profundidad: el tiempo del usuario en los trayectos. La nota aparece en coincidencia con la llegada de nuevos camiones adquiridos por el estado. La crítica histórica al transporte urbano sigue siendo válida, pero ya no tan buena contra las nuevas unidades y rutas. Los ruteros concesionados siguen siendo un desastre, y será inevitable que los usuarios comparen las viejas unidades con las nuevas. Y aunque ha sido un problema también histórico, por más moderna que sea la oferta estatal, el punto débil de las nuevas rutas son los tiempos en el transporte. Insisto: los concesionarios siguen dando un servicio caro y malo.

Hace dos años, para ser puntual en mi trabajo y en un trayecto mucho menor que el de Kevin, debía pasar por lo menos tres horas a bordo o esperando un transporte, incluso acortando tiempos en el Metro. En “horas pico” ese tiempo podía hasta duplicarse. Ningún usuario puede elegir su centro de trabajo, o de estudio, o de atención médica, o de trámites públicos, así que existen trayectos tan largos que hasta tendrían que requerir una agencia de viajes. Más que grillar o criticar al gobierno estatal con este factor del tiempo, involuntariamente se pone en evidencia un protagonista más del tema y que se ha mantenido al margen hasta el momento. Me refiero a los empresarios y comerciantes en general. Si la movilidad se colapsa, no hay negocio ni empresa que sobrevivan, y eso lo comprobaron durante la fase crítica de la pandemia. No todos pueden o quieren contratar transporte de personal. Son las grandes empresas las que deben tener mayor interés en la puntualidad de sus trabajadores. Es un requisito para su productividad. Los comerciantes necesitan un buen transporte urbano, no sólo para sus empleados, también para sus clientes. Hasta ahora no veo que asuman plenamente un compromiso conjunto con el gobierno estatal para mejorar y abaratar el transporte público, rediseñar rutas, y adaptar sus jornadas laborales.

Sin querer, Kevin pone en evidencia que el transporte urbano, además de ser un derecho, su garantía compromete también a otros actores que si bien siempre han opinado, no siempre se han integrado a encontrar una solución definitiva o por lo menos más duradera. Seamos honestos: los empresarios ruteros son los menos indicados para hallar una solución, y lo han demostrado siempre. La única solución posible implica que el estado asuma completamente la responsabilidad de ese servicio público en corresponsabilidad con empresarios y comerciantes, que son los verdaderos beneficiarios de una movilidad eficiente. La economía del estado depende de ello.

Respecto a Kevin, yo le recomendaría que se levantara todavía más temprano. A su edad, yo hice trayectos tan largos como los suyos, ratitos a pie y ratitos andando. No porque el transporte público haya sido malo, que siempre lo ha sido, sino porque a veces mis horarios de trabajo o de estudio me obligaban a moverme en horas cuando no había servicio. La única vez que he parado en un motel (solo) fue porque de otra manera hubiera sido imposible llegar a tiempo a un examen desde Guadalupe hasta Ciudad Universitaria. Y a pesar de eso nadie me invitó alitas, pizzas, ni a ser patiño en un programa mediocre de TV. Ni descuento me hicieron en el motel. ¡Que injusticia!

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Vía / Autor:

// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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