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Por Félix Cortés Camarillo.

La sabiduría popular mexicana lo dice claramente: el muerto y el arrimado al tercer día apestan. O, si quieres conocer a Inés, vive con ella un mes.

El fenómeno del siglo veintiuno es la proliferación de los flujos migratorios en el mundo. Europa está siendo transformada por extraños que vienen del Maghreb o del África negra: los blancos europeos se sienten especie en peligro de extinción y ya en territorio ocupado por este nuevo ejército de conquista, que es incontenible. Los Estados Unidos entran en pánico y su presidente en histeria ante las olas migratorias que atraviesan México y se apilan a su frontera.

No hay nada de novedoso. La migración existe antes de que surjan los asentamientos humanos, la agricultura, y toda la civilización: gracias a la migración, nos enseñaron, el mundo entero fue poblado a partir de los hombres primitivos de lo que hoy llamamos África u Oceanía. Hace cientos de miles de años los primeros americanos bajaron por el estrecho de Behring y se fueron quedando en unos sitios unos, y siguiendo su camino más al sur otros. La ciudad capital de mi país fue fundada por unos migrantes que tenían que encontrar una laguna con un islote al centro en donde un águila devorase una serpiente montada sobre un nopal.

La migración es, además, el motor de la civilización y la cultura, la economía y el progreso. La fusión de los bretones y los galeses dio lugar al surgimiento de una raza que devino finalmente el imperio más longevo de la historia, la Gran Bretaña. España no sería lo que es sin la invasión y presencia de los árabes por siglos. México, país epónimo del mestizaje, ha sabido constituirse como nación en esa raza de bronce que tiene aleaciones muy diversas.

El país más poderoso del mundo no existiría sin las migraciones de ingleses perseguidos por su religión que lo fundaron y por las sucesivas de otras migraciones que trajo el hambre y las guerras lejanas que lo enriquecieron en todos los sentidos: italianos, chinos, mexicanos, judíos, polacos, alemanes, españoles, holandeses, japoneses: no hay una sola raza o nación que no esté representada en alguna medida en el mosaico que constituye los Estados Unidos.

Los mexicanos hemos sido receptivos a los migrantes todo el tiempo. Judíos, españoles, cubanos, negros, se han integrado a la nación mexicana sin mayor problema gracias a la acogida que los otros mestizos les dieron.

Esa tradición de generosa hospitalidad está siendo vencida por la actual ola que tiene dos características fundamentales: su volumen incontrolable y su convicción de que no quieren quedarse aquí: su objetivo único es llegar a los Estados Unidos.

En esas condiciones, es lógico que las condiciones de nuestro país sean insuficientes para aplicar una política migratoria generosa que satisfaga a todos. Los migrantes traducen su frustración en agresivo descontento. Se fugan por la fuerza de los recintos donde se les da un mínimo para su sobrevivencia, se quejan de los frijoles que les dan y de la ropa usada que reciben. Quieren alojamiento digno, servicio de salud y comida caliente. Y al no recibirlos, se quejan.

La reacción de los mexicanos era también previsible y el gobierno federal no lo previó moderando el ingreso: en Chiapas o en Tijuana, en El Paso o en Reynosa, en Jalisco o el mismo Monterrey la gente se comenzó a hartar. Los mexicanos creemos también que merecemos un humilde “gracias” cuando nos volcamos en generosidad. Y ahí es donde la sabiduría del refranero mexicano se hace presente. El arrimado apesta.

El gobierno norteamericano no va a abrirles sus fronteras con la celeridad que ellos quisieran y las medidas trumpianas de represión nos va a pegar de refilón, como los retrasos en las fronteras del norte mexicano antes y durante la Semana Mayor. Los migrantes van a seguir llegando y el gobierno mexicano no puede cumplir la promesa del presidente López de darle trabajo a todos en nuestro territorio. Trabajo que ellos no quieren.

Parece un callejón sin salida y eso es. Los procesos migratorios encuentran sus propias soluciones. Por experiencia propia he visto como los migrantes acaban por emparejarse con los locales y asentarse en su nuevo destino; pero eso toma mucho tiempo y los desesperados no tienen mucha prisa en irse.

felixcortescama@gmail.com

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Autor: lostubos
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