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La ternura es una mano que se extiende en el vacío, donde a veces nos hundimos por aquello de vivir, convirtiendo en mariposas, la rutina y el hastío y sembrándonos de rosas los caminos a seguir… Alberto Cortez, La ternura

El texto del argentino no podía ser más cursi, penetrando en un ámbito en el que el vacío, las mariposas, las rosas y el hastío se meten en una licuadora. Eso mismo quiso hacer en su conferencia mañanera el presidente López Obrador cuando pretendió descalificar un intento serio y respetable de representar un equilibrio racional a su irracional poder omnímodo, llamando a sus integrantes “ternuritas” —lo que quiera decir este modismo supuestamente de jóvenes fifí— y convocándolos al mismo tiempo a que establezcan sus escuelas de cuadros para abandonar su exquisito ostracismo.

En mi muy pedestre traducción, el Presidente le dijo a quienes no piensen como él, que primero se hagan de muchos seguidores de mano alzada antes de pretender una voz disidente. Me hablan cuando puedan llenar un zócalo, parecía decir. O ganar una consulta popular.

Cualquiera que como yo haya dedicado sus desvelos matutinos a escuchar los soliloquios del presidente López Obrador, sabe perfectamente que su argumento central es el cambio por el cambio mismo, traducido al habla de nuestra gente, ya nada es como era antes, porque antes eso era muy feo. Y ahora todo es diferente. Y el que se oponga a esa diferencia tiene una gran opción de categorías en las que puede caer: la favorita, por juarista, es la de conservadores. Luego se siguen las de derechistas, retrógrados, corruptos y —desde luego— fifís, que nadie ha podido definir con precisión qué es lo que somos los fifís.

No es la nomenclatura lo que ocupa mis desvelos; es el abandono del discurso tantas veces dicho por el presidente López, de que su intención no es dividir, sino integrar a los mexicanos en una enorme comunidad donde haya abrazos y no balazos.

Hasta el momento, esta premisa se ha aplicado solamente a los que tiran balazos, aunque estén esperando sentencia en un jurado de Brooklyn.

PILÓN.- Agradezco a la queridísima persona que me refrescó el término oclocracia, que a su vez le susurró Polibio al oído. Polibio describió la anaciclosis, que es la rotación de las formas de mando de unos hombres sobre los otros a la que alude Maquiavelo.

En la anaciclosis hay seis formas de gobierno: tres buenas y tres malas, que se van turnando. La monarquía se degrada y se convierte entonces en tiranía. Le sustituye, como muestra la historia, la aristocracia, que degenera en oligarquía. Al rescate entra la democracia; el último escalón de su descomposición se llama oclocracia.

“Oclocracia es el gobierno de la muchedumbre. Es el encumbramiento de la voluntad viciada, evicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y, por ende, no conserva los requisitos necesarios para ser considerado como pueblo”.

Suena familiar, ¿no? Podemos hacer una consulta sobre lo dicho por Polibio.

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Vía / Autor:

Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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